Para gustos hay colores, y en política más, pero no hablo de política. Cada día que pasa me enamora, en sentido no necesariamente erótico, esa señora que viene lidiando una tarde tras otra con las banderías de la Cámara de los Comunes y luego se va a dormir al 10 de Downing Street. Entera, deportiva, sin despeinarse aunque se quede afónica, sin perder el gusto por el atuendo atrevido, con una media sonrisa a ratos, está en el secreto de un estilo de combate que, pese a las tropelías, engaños y vilezas de su antiguo Imperio caído, sigue seduciendo.

Si yo tuviera voto en Reino Unido tampoco la votaría, porque me parece que no comulgo con sus valores, pero el estilo es otra cosa, un asunto de veras transversal, un don que se tiene o no se tiene, aunque siempre dependa algo de uno. Puede que en el fondo se esté agarrando al cargo, pero tampoco lo parece, pues el estilo puede con todo.