Más que el arte de lo posible, como sostenía Aristóteles, la política es el arte de hacerse un chalé. Acaba de confirmarlo el expresidente socialdemócrata José Luis (R.) Zapatero con la compra de una mansión de 800.000 euros, que supera en 200.000 a la adquirida no hace mucho por Pablo Iglesias, líder de Podemos. En esto se conoce que aún hay clases.

El público se les ha echado encima a los dos bajo el argumento de que no se puede ser de izquierdas y rico a la vez. La verdad es que sí, se puede. Lo que importa a este respecto no es la ideología -tan mudable-, sino la condición de político. No hay noticia, en realidad, de que la gente entregada profesionalmente a resolver los problemas de los demás haya abandonado alguna vez el cargo con menos dinero del que tenía antes de dedicarse a tan lucrativo oficio.

Tanto da que se trate del conservador Aznar o del socialista González, por citar a dos de los anteriores primeros ministros de este país. Al margen de lo distintas que puedan ser, o parecer, sus ideas, a todos los gobernantes (e incluso a los que no han llegado a serlo) les une la facilidad para mejorar su situación inmobiliaria. Incluso al añorado Adolfo Suárez se le afeó en su momento la posesión de una villa de cierto ringorrango en su Ávila natal.

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Extrañará, si acaso, que a todos les dé por comprar un chalé tan pronto como el éxito empieza a acompañarlos en las urnas. Los futbolistas optan más bien por comprarse cochazos de último modelo y/o modelos propiamente dichas; pero es que los astros del balompié son más jóvenes, en general, que los políticos. El de la casa es, como el Facebook, un deseo de gente que ya va para mayor.

Cuando los jóvenes socialdemócratas llegaron al poder, hace ya un par de glaciaciones, se dijo que el partido del cambio había hecho, en efecto, el cambio de las tres ces: casa, coche y compañera. La mudanza de domicilio, generalmente a otro de mucho mayor porte, fue tal vez el primer signo de que se estaban aburguesando, aunque algunos ya venían aburguesados de casa.

Lo de Zapatero, que estos días se comenta mucho, ha llamado la atención porque fue precisamente bajo su mandato cuando estalló la burbuja de la vivienda, con el subsiguiente hundimiento de los precios y la multiplicación del paro en España. Para su fortuna, el expresidente no ha sufrido en lo personal esos daños colaterales y aun podría haberse beneficiado del menor coste de la vivienda tras la crisis.

El caso de Iglesias, que es un caso, tiene más fácil explicación. A fin de cuentas, su partido nació de los principios vagamente hipotecarios del 15-M, que abogaban por cosas tan abstrusas como la "dación en pago" de los pisos a los que el hipotecado no pudiera hacer frente. El ladrillo, que tanto atractivo ejerce sobre los españoles, fue la base sobre la que se edificó -nunca mejor dicho- la espectacular crecida de Podemos en las urnas. Nada más natural que su líder haya decidido embarcarse en una hipoteca para adquirir la casa de sus sueños.

No se trata de una cuestión de izquierdas o derechas, por más que el asunto llame más la atención cuando se trata de gente progresista. Pero qué más da si uno es rojo o azul. Se trata de la política. Un tipo que se dedique a ese noble oficio y no pueda costearse un chalé al cabo de cuatro o cinco años es, sin duda, un fracaso como líder. Se conoce que Aristóteles, el del arte de lo posible, era un pringado.

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