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El espeso silencio sobre el Mediterráneo sur

Confluyen hartazgo ciudadano, guerra de clanes y miedo europeo a una desestabilización

Aunque sin duda no es lo que más les preocupa, las masas argelinas que ayer volvieron a tomar unas calles donde, en teoría, no pueden manifestarse, encontraron en las democráticas cancillerías europeas el mismo silencio espeso que les viene acogiendo desde que el pasado 22 de febrero iniciaron sus movilizaciones. Un silencio solo comparable al escaso espesor analítico de las informaciones sobre las protestas que, ahora ya a diario, está desencadenando la intención del presidente Buteflika -82 años, 20 en el poder, hospitalizado en Ginebra, muy débil desde su ictus de 2013- de aspirar a un quinto mandato en las elecciones del 18 de abril.

Los análisis de común consumo resaltan que, en 2014, cuando Buteflika ganó un cuarto mandato, los argelinos pensaron que era el último. Por entonces, el país comenzó a sentir las repercusiones del hundimiento de los precios del crudo en una economía petrodependiente. Cinco años después, la expansión de la pobreza desquicia a una población en la que los menores de 25 años representan el 45%. Esos jóvenes, conviene recordarlo, no son sensibles al espantajo de la guerra civil (1992-2002), aunque los espectáculos dantescos de Libia y Siria les sirven de freno.

También exhiben prudencia las fuerzas del orden. Aquí es donde, a veces, entra en juego una segunda capa de análisis. La que reduce la protesta popular a una exportación a la calle de la guerra palatina entre el clan Buteflika, respaldado por la cúpula militar, y el caído en desgracia general Toufik, considerado incitador en la sombra del descontento popular y capo de la inteligencia entre 1990 y 2015. El clan Buteflika no tiene recambio aceptable y por eso busca capear con guante de terciopelo el temporal, confiando en que las urnas le den tiempo para organizarse.

Semejante avispero es visto con pavor por una Europa que, desde el fracaso del experimento democratizador de 1988, cierra filas con el régimen argelino. Europa, con Francia a la cabeza, se estremece solo de pensar en las secuelas del incendio de un aliado clave en la orilla sur: guerra civil, exportación del yihadismo, olas de refugiados, interrupción del suministro de gas y crudo. En suma, una espiral de desestabilización cuyo análisis, silenciado, aconseja prudencia: moverse en la sombra y evitar el desliz de respaldar a las masas.

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