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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

¡A la basura con la OTAN!

"Dump Nato" (¡A la basura con la OTAN!). No es la proclama callejera de un izquierdista radical, sino el título de un artículo publicado recientemente en la revista estadounidense "National Interest". Su autor es Christian Whiton, exasesor de política exterior del expresidente republicano George W. Bush y del actual, Donald Trump. Según él, EE UU debe abandonar la Alianza cuanto antes.

Su principal argumento es que un continente tan rico como Europa, que decuplica con creces el PIB ruso, no necesita para su defensa a Estados Unidos, país al que se dedica solo a gorronear.

En su artículo, Whiton no oculta el desprecio que le merece la vieja Europa: la mayor parte de sus países, escribe, "han optado por el ateísmo, el globalismo, el multiculturalirsmo y la decadencia". Y se pregunta: "¿Qué defendemos entonces?".

No es extraño ver una coincidencia entre lo que expresa ese ultraconservador estadounidense en su artículo y el desprecio que el actual ocupante de la Casa Blanca y su equipo de halcones parecen sentir por unos aliados, a los que Trump no se cansa de desairar. A este propósito, el semanario alemán "Der Spiegel" cita a un politólogo europeo, el francés François Heisbourg, según el cual si bien la OTAN todavía existe, no ocurre así con la Alianza como tal. Es como una Iglesia que siguiese existiendo pero sin que la animase el espíritu de la religión.

Hace dos años, cuando Trump acudió por primera vez a la Conferencia de Seguridad de Múnich, el mundo atravesaba una fase de transformaciones, pero hoy vivimos en un mundo distinto, sostiene Heisbourg, por lo que los europeos tienen que replantearse su propia seguridad. Hasta ahora, la excesiva dependencia de la estrategia norteamericana ha llevado a la participación de algunos países europeos en aventuras desastrosas en Oriente Medio y ha marcado además las relaciones siempre difíciles con Rusia, a la que, pese a la caída del comunismo, se sigue viendo desde Occidente con los ojos de la Guerra Fría.

A ello ha contribuido también en buena medida la más que comprensible desconfianza que algunos países del antiguo bloque comunista, en especial Polonia, pero también las hoy independientes Repúblicas bálticas sienten hacia el oso ruso.

Esos países son los que más siguen confiando en el escudo protector de Estados Unidos, sobre todo ahora que se anuncia la ruptura del histórico acuerdo entre Washington y Moscú sobre misiles de alcance medio, que podría llevar a Rusia a estacionar otra vez ese tipo de armas nucleares en la parte europea de su territorio.

El cabeza de lista del Partido Popular Europeo, el cristianosocial bávaro Manfred Weber, habló en la Conferencia de Seguridad de la posibilidad de que Alemania y los países centroeuropeos que fueron un día miembros del Pacto de Varsovia acordasen una defensa común antimisiles.

Habría que preguntarse, sin embargo, si no sería mejor que, en lugar de alimentar la mutua desconfianza y seguir la carrera de armamentos como si estuviésemos todavía en plena Guerra Fría, intentasen los europeos buscar acuerdos que ofreciesen seguridad a ambas partes.

Es lo que propone también por parte rusa Serguéi Karaganov, director del Consejo de Política Exterior y de Defensa de ese país, según el cual, si Rusia se ve rechazada por Europa, tenderá a orientarse cada vez más hacia Asia, lo que equivale a decir hacia China. Según Karaganov, Europa y Rusia podrían colaborar en sectores muy concretos como pueden ser la ciberseguridad o las migraciones, acaso los mayores desafíos, junto al terrorismo y, por supuesto, el cambio climático, a los que se enfrenta el mundo actual.

Para que funcionase esa defensa común europea, sería indispensable, entre otras cosas, la más estrecha colaboración entre los dos países centrales del continente: Alemania y Francia. Este país debería estar además dispuesto a extender a todos los demás el escudo de su fuerza de disuasión nuclear. Los celos y los egoísmos nacionalistas, de imponerse una vez más, lo echarían todo a perder.

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