"Todos los problemas políticos, señores diputados, tienen un punto de madurez, antes del cual están ácidos; después, pasado ese punto, se corrompen, se pudren". La autoría de la sentencia es de Manuel Azaña, pronunciada en el marco de la discusión del Estatuto de Nuria de 1932, y nos la refresca Joan Coscubiella en "Empantanados", su lucido análisis del procés catalán, de referencia obligada -y no exagero- para entender este enorme despropósito colectivo.

Pues bien, la señora Arrimadas ha juzgado que el conflicto ha entrado en el grado de putrefacción apetecido para comenzar a "carroñear" sobre el mismo en su expresión más degradante; esto es, haciéndole el juego al Sr. Puigdemont y al conjunto del independentismo catalán, en cuya estrategia, como es sabido, resulta esencial la internacionalización del conflicto, a partir de una suerte de "performance" anunciada en clave de visita a Waterloo, que parece diseñada por el equipo de asesores del mismísimo Puigdemont, y todo ello por pasar el rastrillo sobre el pudridero en que se ha convertido el problema catalán (gracias a la acción combinada de los nacionalismos español y catalán más fanatizados), por si quedara algún votante recalcitrante de última hora susceptible del correspondiente proceso de esterilización intelectual.

Una buena parte de los esfuerzos del Gobierno, en su estrategia para combatir algunos de los efectos más dañinos del procés (la visibilidad internacional del conflicto y las inevitables dudas sobre la estabilidad institucional en España) y, en particular, del ministro de Asuntos Exteriores, Sr. Borrell, durante los últimos meses, ha consistido en una activa ofensiva ante innumerables actores internacionales tendente a fortalecer y prestigiar la posición española ante el mundo. El despropósito populista de la Sra. Arrimadas, cuya única motivación estriba en un interés meramente partidista, neutraliza los esfuerzos del Gobierno, hace el juego al nacionalismo catalán y choca frontalmente con los intereses de España.

Waterloo forma parte de nuestra memoria colectiva por haber tenido el dudoso privilegio de haber servido de marco de una de las batallas mas cruentas de la infortunada historia de Europa, y el nacionalismo catalán y españolista más radical, encarnados aquí y ahora en el Sr. Puigdemont y la Sra. Arrimadas, parecen empeñados en revitalizarlo como espacio de desencuentro. Conviene a ambos el recordatorio de las palabras del duque de Wellington, vencedor frente las tropas de Napoleón ante el escenario de desolación posterior al desencuentro (la batalla): "Al margen de una batalla perdida, no hay nada más deprimente que una batalla ganada".