El acuerdo alcanzado por la Xunta y las tres universidades gallegas sobre el mapa de titulaciones 2017/21, que incluye catorce nuevos grados, está en cuestión en el ecuador de su desarrollo. Buscar la eficiencia, la especialización y la excelencia, retirar gradualmente los títulos con muy baja demanda y redefinir los duplicados o multiplicados, eran, según confesión de los firmantes, la mayor prioridad. Muy al contrario, algunos parecen decididos a saltarse lo aprobado por su propia conveniencia. Es el caso del grado de Robótica que la Universidad de Santiago pretende implantar en el campus de Lugo. La gran mayoría del contenido de estos estudios ya los imparte la UVigo y lo pactado por todos era que el nuevo grado se redujese a su vertiente agroforestal, de ahí que no esté dispuesta a que se consuma tal tropelía. También la Xunta asegura que no lo permitirá, aunque aún está evaluando su contenido. En un mundo de mutación vertiginosa y con menos jóvenes, implantar nuevas especializaciones con demanda para regenerarse y progresar, es necesario. Lo contrario, porfiar contumazmente en duplicidades estériles, en malas inercias y en ineficiencias internas, es sepultar al sistema universitario en la insignificancia de su propia mediocridad.

El verdadero hecho diferencial de las universidades reside en el conocimiento y en la enseñanza, en el valor añadido que sea capaz de aportar a su entorno en formación, humanidades, investigación, ciencia, tecnología y desarrollo. El crecimiento de un territorio depende de la preparación de su gente y de sus logros y, por tanto, de la contribución de sus instituciones académicas a generar esa riqueza. Una comunidad que no apueste por el conocimiento está perdida. De ahí la importancia de modernizar el sistema universitario para lograr un futuro mejor y la necesidad constante de analizar las malas experiencias para ponerles coto.

Precisamente de ese análisis nació el acuerdo suscrito en 2017 por los rectores y la Xunta sobre el nuevo mapa de titulaciones a desarrollar hasta 2021. Educación lo presentó como un hito pionero en España, puesto que era la primera vez que una comunidad autónoma presentaba una planificación a medio plazo de la oferta académica superior coordinada entre Administración y universidades. Adecuar la oferta a los cambios de la sociedad y responder a sus demandas era la pretensión de lo pactado. Se introducían 14 nuevos grados adaptados a la especialización de los campus y con una demanda justificada de empleabilidad, a la vez que se abogaba por la retirada gradual de los títulos con muy baja demanda y por la redefinición de los duplicados o multiplicados.

Tanto predicar de eficiencia, especialización y excelencia, tanto ensalzar las sinergias entre instituciones, tanto hablar de pasos pioneros y valientes para que ahora aquel acuerdo de todos, pretendidamente histórico, empiece a incumplirse por la incoherencia de algunos. La Escuela de Ingeniería Industrial de Vigo teme que, con el cambio, Santiago intente solaparle el próximo curso los estudios de Robótica. Sus sospechas se acrecientan al haber retirado la USC de la propuesta que tenía autorizada el apellido concreto de agroforestal, que era estrictamente la especialidad concedida dada la vocación agraria del campus lucense.

Educación, que tiene la última palabra, asegura que el grado de la USC se encuentra actualmente en fase de verificación por la Axencia para a Calidade do Sistema Universitario Galego, en la que participan las tres universidades y la Xunta. Y que antes de convertirse en título oficial tendrá todavía que obtener el informe favorable del Consello Galego de Universidades, la autorización del Consello de la Xunta y la del Consejo de Universidades del Estado. Todos los filtros son pocos pero confiemos en que el compromiso de la consellería de no permitir nada que suponga duplicar lo existente se cumpla. De lo contrario, el rector vigués ya ha advertido que un solapamiento implicaría dar por roto el consenso que ha regido el sistema universitario hasta ahora.

Si ya de por sí son lógicas las reticencias de la Escuela de Industriales viguesa por haberse cedido en su momento a que la USC cursase el grado en cuestión, lo que resulta del todo inadmisible es que finalmente acabe implantándose en Lugo el título genérico. Otro despilfarro de recursos y de medios. Más aún cuando ninguna otra Escuela de Ingeniería como la viguesa goza de tanto prestigio dentro y fuera de la comunidad. De hecho, en la rama de Electrónica Industrial y Automática -que incluye los estudios de Robótica-, la Universidad de Vigo está entre las 300 mejores del mundo, por delante de la Autónoma de Barcelona y la Complutense de Madrid. De su excelencia da crédito su extraordinaria aportación de profesionales a las empresas de toda Galicia, así como su actividad para transferirles avances.

Si de lo que se trata es de que Lugo quiere o necesita ingenieros, por ejemplo, para su incipiente apuesta por el polo aeronáutico que promueve la Xunta en Rozas, pueden y deben de acudir a Vigo en donde ya se forman los mejores. Por su parte, los rectores, en este caso el de Santiago, deben cumplir su palabra y dar ejemplo de que los compromisos se firman para ser respetados. De lo contrario, de nada valdrá negociar con quienes se deslegitiman quebrantando lo acordado; aquellos que solo piensan en sí mismos. Los mismos que intentaron torpedear unilateralmente el acuerdo de 2010 para descentralizar la docencia de Medicina e impartir, además de práctica, teoría en los hospitales de Vigo y de A Coruña como aconseja el sentido común. Porque si Vigo aparcó en su día la aspiración legítima de una facultad de Medicina por la inoportunidad que suponía hacerlo en un contexto de crisis y constricciones presupuestarias, que ahora venga la USC a romper otra vez lo pactado para acaparar estudios de Ingeniería del campus vigués, sería total y absolutamente inaceptable.

La marcha del sistema universitario gallego no admite más ineficiencias ni mediocridades. No están los tiempos para volver a incurrir en los mismos defectos de antaño. Bastante es soportar su lastre. Caer de nuevo en duplicidades no es manera de avanzar en la imperiosa tarea del sistema universitario gallego de adaptarse al mercado productivo. El mayor reto de las universidades es transformarse en uno de los más valiosos recursos de Galicia y en anticiparse en impartir saberes a jóvenes que tendrán que desempeñarse mañana en profesiones que ni siquiera hoy existen porque no están inventadas. No solo para contribuir al bienestar de la comunidad, sino también por su propia supervivencia. Lo demás es perder el tiempo y los recursos en caminos estériles.