Forma parte de una retórica gansa y algo desproporcionada decir que la moderación limita las virtudes de los grandes hombres. La política nacional la invoca estos días más que nunca. Pedro Sánchez se quiere reflejar en ella para distinguirse del radicalismo de derechas. El propio Partido Popular se la sugiere a su líder y candidato Pablo Casado.

Socialistas y populares se aferran a la moderación como un talismán para vencer la desconfianza del electorado. A Ciudadanos, por la demarcación que ocupa, no le hace falta: sí en cambio marcar una aparente distancia con Vox y ser consciente de que permanecer en medio de la carretera es muy peligroso porque te puede arrollar el tráfico en los dos sentidos.

Es verdad que hasta ahora hemos echado de menos la moderación. Sánchez ha tirado más de los gestos que de las palabras para situarse en el radicalismo incómodo de tener que depender de los supremacistas catalanes que desinfectan el suelo que pisan sus adversarios políticos, y de los bilduetarras concernidos por el pasado terrorista.

Casado, a su vez, ha abusado del verbo que inflama conciencias para contrarrestar el efecto Abascal entre el que viene siendo su público. El propio Aznar le aconsejó que circulase algo más por el centro, pero no se ha cansado de dar volantazos a la derecha.

El líder del PP habla mucho y yerra más, en un contexto de tantas terminales en el que equivocarse cuesta menos. ¿Piensa realmente lo que dice? Sí seguramente si nos atenemos a Renard, que dejó escrito en su "Diario" que las palabras no deben ser más que el traje rigurosamente hecho a medida del pensamiento.