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Ruptura toledana

El Pacto de Toledo viene de 1995, de cuando España se recuperaba de otra crisis y arreciaba como ahora la preocupación por el futuro de las pensiones públicas, entonces en déficit, igual que ahora. Agonizaba el felipismo y emergía el aznarismo en un clima de crispación política, pero los partidos fueron capaces de llegar a un acuerdo que los comprometía a sacar las pensiones de la refriega electoral y a buscar el consenso para apuntalarlas. La expansión económica y la inmigración que la acompañó taponaron la hemorragia financiera y apagaron la inquietud ciudadana y también las urgencias políticas para reformar las pensiones. La Gran Recesión reabrió la herida y, bajo presión de Europa, los gobiernos del PSOE y del PP acometieron cambios que rompieron el consenso.

El Pacto de Toledo descarriló entonces y vuelve a hacerlo ahora, esta vez alejando la posibilidad de concertar cambios en tiempos de crecimiento económico, cuando sobre el papel es más sencillo llegar a soluciones equilibradas. De momento, en estos días preelectorales escucharemos a unos decir que son capaces de sujetar el Estado del bienestar bajando la mitad de los impuestos y suprimiendo la otra mitad y a otros prometer que harán que el déficit de las pensiones lo paguen entre los bancos y Amancio Ortega. No les crean.

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