¿Qué podemos esperar de las elecciones? Nada tranquilizador. El único mensaje poderoso que se vislumbra es el del miedo. El miedo es la mejor munición del odio: arma guerras y desarma conciencias. Para quien lo tiene, todo son ruidos. Montaigne escribió que no había cosa de la que tuviese tanto miedo como del propio miedo. Si se utiliza tanto es porque nadie puede librarse de él.

Pedro Sánchez recurre el miedo para atemorizar al electorado con la idea de que si el centroderecha gobierna será gracias a Vox, y el centroderecha insiste en que Sánchez sólo puede regresar al poder aupado por los separatistas, con los que seguirá negociando la disolución de España. Lo peor es que nadie se equivoca, la disyuntiva es acertada si hay que fiarse de los sondeos electorales y del estado de ánimo de los contendientes. Las posibilidades del PP y de Ciudadanos de formar un gobierno sin la ayuda de la extrema derecha parecen escasas, y los socialistas sólo podrán renovarlo seguramente con los mismos apoyos de la moción de censura: lo que obliga a pensar que el destino de Sánchez está vinculado inexorablemente a los soberanistas catalanes. El escenario que aguarda son dos gobiernos Frankenstein, por utilizar el símil de Rubalcaba, y nuevas dificultades para sacar adelante a este país. No hay que sorprenderse, es el resultado del mal negocio obtenido del fin del bipartidismo, que nos ahorraba la inquietud por ser bastante más previsible y práctico, en líneas generales.

Sánchez cree que ha llegado su hora, sus adversarios también. Pero el presidente del Gobierno está decidido a hacer de la necesidad de entenderse con los soberanistas virtud y quiere hacernos comulgar con que la historia lo ha elegido a él para resolver el contencioso catalán. La fragmentación en la derecha, el retroceso de Podemos y la actual ley electoral, piensa, juegan a su favor. Los dados ruedan.