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De vuelta y media

Las crónicas perdidas de Prudencio Landín

Tras editar el tercer tomo De mi viejo carnet, escribió en Faro sus últimas historias pontevedresas entre 1952 y 1954

Después de editar en 1952 el tercer y último volumen bajo el título genérico De mi viejo carnet, Prudencio Landín Tobío aún escribió algunas crónicas más en Faro. A esos relatos perdidos, pero felizmente reencontrados, dedicamos esta página de homenaje al maestro.

Landín agrupó aquel mismo año varias crónicas extraídas de sus vivencias profesionales como abogado defensor en Secretillos de bufete.

Como buena muestra sirva el caso de Avelina Rodríguez, una parroquiana de Santa María de Sacos, que perdió a sus dos hijas de corta edad en el plazo de un año. Trastornada por la tragedia, la pobre mujer llegó al convencimiento de que la culpable de su desgracia no era otra que Ignacia, una molinera que admitía poderes maléficos a fin de provocar respeto y temor entre el vecindario más próximo. Cuando Avelina se encaró con Ignacia, esta no solo admitió su perversa intervención en la muerte de sus niñas, sino que le garantizó la misma suerte para cualquier otra hija que pudiera engendrar.

Dos años después, tras conocer su embarazo perpetró con enorme frialdad el asesinato preventivo de la falsa bruja. Al encargarse de la defensa, don Prudencio requirió a su clienta todos los detalles del crimen, y Avelina le espetó con pleno convencimiento:

"Yo confesé toda la verdad, confiando en que no habrá justicia que me castigue. ¡Estaría bueno que me castigasen por matar a quien me mató dos hijas y me iba a matar a la tercera!".

Pese a reseñar su culpabilidad, el jurado decretó la absolución de la encausada al entender que había defendido por creencia errónea pero honrada, la vida de un hijo que felizmente nació ocho días después.

Al popular barítono Víctor Cervera-Mercadillo, alma del coro Aires da Terra, dedicó Landín la última semblanza que escribió sobre un gran personaje, con motivo del 84 cumpleaños del artista, todavía pleno de donaire y jovialidad.

"En 1884 -recordó- cantaba ya en el Casino de Pontevedra, acompañado al piano del maestro Chaves; en la casa de Méndez Núñez, centro tradicional de grandes artistas; con Carmen Sancho y Carmucha Babiano en Santa María, donde cantó por primera vez; en el castillo de Mos, residencia del marqués de Vega de Armijo; en el palacio de Lourizán, de Montero Ríos; en La Caeyra, de los marqueses de Riestra y en tantísimas otras".

También relató su clamoroso éxito en el teatro de la Comedia, de Madrid, con La casa de la Troya, así como el tributo del eminente actor Mariano Asquerino (padre de María Asquerino), quien dedicó a Mercadillo una función de su compañía en el Teatro Malvar. El perfil realizado fue magnífico.

Don Prudencio desarrolló en otra crónica divertidísima el episodio protagonizado en 1928 por el ingeniero de caminos Carlos Mendoza, en el interior del portalón de entrada a la Banca Riestra, hoy sede apócrifa del Ayuntamiento pontevedrés. Allí descubrió casualmente durante un desplazamiento desde la casa de sus anfitriones en A Caeira dos enorme figuras que veneraba desde su tierna infancia: "los gigantones que habitualmente figuran en la procesión de la Peregrina".

"A aquel ingeniero ilustre -escribió- que sabía tantas cosas y que tantos difíciles estudios había realizado durante su complicada carrera, le faltaba conocer la armazón interior de un gigante y la manera de conducirlo".

Don Carlos no pudo resistir la tentación de introducirse en el gigantón, con el propósito de moverlo un poco sin ser visto por nadie, y hasta aquí llego. Como la imaginación es libre, ya puede intuir el sagaz lector que fue lo que ocurrió. Yo no debo contar el final, para no chafar el relato que incluirá Leoncio Feijóo en un singular libro sobre nuestros gigantes y cabezudos.

"Pianos de Pontevedra" fue otra de aquellas deliciosas notas que entre 1952 y 1954 escribió Prudencio Landín en su viejo carnet, a la espera de un cuarto tomo que fatalmente nunca llegó a completar.

Nada menos que hasta el año 1852 se remontó para datar la llegada a esta ciudad de los primeros pianos, entre diez y doce, que acogieron las casas más distinguidas: del conde de San Román al almirante Méndez Núñez, pasando por el primer Riestra, cuando todavía no era marqués.

Para celebrar el nacimiento del futuro rey Alfonso XII, se celebraron en tales mansiones unos "rumbosos" recitales de piano, según Landín. Y en 1880 "aumentó el entusiasmo por los pianos, coincidiendo con la tantas veces evocada Exposición Regional, a la cual acudieron renombradas casas de Madrid, Barcelona, Sevilla y extranjero".

"La adquisición un piano era un acontecimiento local de cierta curiosidad y resonancia, porque las gentes amigas acudían a las casas ansiosas de oírlo, de contemplarlo, de probarlo"?."Las damitas entregadas al piano en la estrecha calle Real, eran tan admiradas que se improvisaban animados paseos, con todas las ventanas abiertas para trasladar sus melodías?."

Aquella crónica merecería un lugar entre las mejores páginas de la intrahistoria de la música en Pontevedra.

Luego dedicó otra a Juan Cobas, cartero de Santeles, parroquia de A Estrada, para quien no tenían secretos las cartas que repartía entre sus vecinos. Tanto estaba al cabo de la calle, que anticipaba su contenido a los destinatarios con toda naturalidad, sin cortarse un pelo. Y poco después, Landín reunió datos muy interesantes sobre las primeras casas de baños que hubo en esta ciudad, con los hermanos Viaño, comerciantes ferreteros, como pioneros del incipiente negocio desde 1881.

"Cuando pasé por torero" salió del anecdotario de su actividad política. La confusión que provocó el diputado Jerónimo Arroyo en el Congreso contra la intervención del gobernador civil de Palencia en una novillada, hizo pensar en Landín como víctima propiciatoria. Pero él ya había abandonado el cargo por decisión propia unos días antes y el gobernador torero era su sucesor, un aristócrata manchego amante de la tauromaquia. Su afición le costó el puesto de manera fulminante.

Prudencio Landín Tobío no envió más crónicas a su querido Faro y falleció el 17 de mayo de 1955, sin completar un cuarto tomo De mi viejo carnet.

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