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Joaquín Rábago.

Irlanda y el secular ensañamiento británico

Hay un elevado grado de enseñamiento de los ingleses con el pueblo irlandés, oprimido y humillado siglo tras siglo por sus poderosos vecinos.

Ningún país europeo ha sido durante tantos siglos colonia de otra potencia como esa isla que ha visto nacer a tantos y tan excelentes poetas y dramaturgos.

Una isla que estuvo sometida a ocho siglos de dominación inglesa tras su conquista en 1171 por las tropas del rey Enrique II, que la invadió para imponer allí su autoridad.

Y que fue conquistada de nuevo en 1536 por otro rey inglés, Enrique VIII, el de las seis esposas, para convertirla en reino en lugar del señorío que había sido hasta entonces.

A comienzos del siglo XVII, los colonizadores fueron repoblando con protestantes tanto ingleses como escoceses la parte norte de la isla, para lo que no dudaron en expropiar a cuantos allí vivían.

Sobre todo a partir de la ocupación de Oliver Cromwell, las tierras pasaron a pertenecer a la aristocracia de la gran isla vecina, siendo los campesinos simples apareceros cuyos cultivos, sobre todo de cereales, se exportaban a Inglaterra.

Hubo espantosas hambrunas como la de 1845, que mataron u obligaron a emigrar a más de dos millones de irlandeses pobres y entraron para siempre en la memoria colectiva de ese pueblo.

Fue la conocida como la Gran Hambruna un desastre provocado por la combinación de la plaga de la patata, elemento básico del pueblo, y la crueldad de la aristocracia gobernante británica.

Esta lo fió todo al sacrosanto libre mercado e impidió toda ayuda o bajada de impuestos en su colonia para aliviar la situación del famélico campesinado, algo de lo que daría testimonio el propio Karl Marx.

Una y otra vez a lo largo de los siglos, los británicos reprimieron a sangre y fuego los conatos de rebelión del pueblo irlandés, que sólo consiguió la independencia del Reino Unido en 1922 con la división del país y la creación del Libre Estado Irlandés.

La violencia entre católicos y protestantes continuó, sin embargo, en el Ulster, y tuvo uno de sus momentos más dramáticos en el que ha pasado a la historia como el Domingo Sangriento ("Bloody Sunday").

Aquel 30 de enero de 1972, tropas británicas abrieron fuego contra una manifestación de los católicos norirlandeses a favor de los derechos civiles y contra el encarcelamiento sin juicio de sospechosos de pertenecer al IRA.

Tras mucho dolor e incontables sacrificios se produjo por fin el acuerdo de Viernes Santo- abril de 1998-, que puso fin al sangriento conflicto del Ulster entre católicos y protestantes.

Aquel acuerdo de paz, trabajosamente logrado, podría peligrar ahora por culpa del Brexit: es decir si Londres y Bruselas no encuentran una fórmula que impida separar físicamente otra vez las dos Irlandas.

Hace ya más de dos décadas que los alrededor de medio millar de kilómetros de frontera entre el Ulster y la República de Irlanda dejaron de estar patrullados por soldados fuertemente armados.

Pero la reintroducción de los controles fronterizos si británicos y la UE no llegan a un compromiso hace temer a muchos que pueda reproducirse el secular conflicto.

Es cierto que, mientras tanto, la República de Irlanda no es aquel país pobre del pasado, sino una próspera economía gracias entre cosas a las ventajas fiscales que concede a las multinacionales y que con tanta razón irritan a sus socios de la UE.

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