Entre los ejercicios más difíciles que exige la observación del oficio político está sin duda el de distinguir -con muy pocos o ningún elemento de prueba- entre la verdad o la mentira. De tal modo que, en determinados asuntos, verbigratia la catástrofe de Angrois -investigada por una comisión especial del Congreso- el esclarecimiento de los hechos y la determinación de las responsabilidades si las hubiere desembocan en un misterio. Sobre todo si los que pueden evitarlo no lo hacen, con lo que todo se agrava, y más si se le añaden factores externos que, de por sí, suponen otro misterio por parte de algunos protagonistas.

Es el caso de la comparecencia ante esa comisión, el mismo día, de dos exministros que en principio podrían haber caído en la costumbre habitual de endosarse respectivamente la responsabilidad de los hechos investigados. No lo hicieron, lo que produjo la sensación en varios sectores, entre ellos el de las víctimas, de que los dos grandes partidos, PP y PSOE, habían decidido cerrar el asunto con sus respectivos ministros desde una especie de pax vobiscum y el cierre práctico de las tareas que definían los trabajos parlamentarios, ya de por sí abiertos con demasiado retraso y no pocas dudas sobre sus motivos.

Claro que, si así fuere pese a la ausencia de prueba alguna que lo confirme, las posturas ante la comisión no se pueden medir con la misma vara. En el caso de Ana Pastor, con una trayectoria impecable, libre de toda sospecha en cualquier terreno de su actividad pública, se trataba de esclarecer si, como se insinuó incluso desde esferas europeas, su Gobierno habría contribuído a la creación de un relato ad hoc dirigido sobre todo a limitar las responsabilidades en el maquinista del Alvia

La presidenta del Congreso negó de forma rotunda algún tipo de implicación a alguien, incluidos el conductor del tren y el alto cargo de Adif relevado -que adujo "dimisión por razones personales"-, o cambio de relato durante su etapa en Fomento. La otra declaración fue la de Blanco López -un veterano en las guerras internas del PSOE, y por tanto con muchas cicatrices-, pero en opinión de quien esto escribe, con menor fortuna. En un gesto más que discutible hizo único responsable de la tragedia al maquinista y negó haber conocido los cambios en la licitación del tramo Ourense-Santiago, primero del AVE en Galicia, y también las modificaciones que implicaban en la seguridad. Algo inverosímil en un responsable máximo, y raro en un ministro que ignore algo tan fundamental, y más si ocurre en su propia tierra.

Lo cierto es que ninguna de las dos comparecencias aclaró algo útil. Pero siempre desde un punto de vista personal hubo más responsabilidad en ello de parte del señor Blanco López -que dijo ignorar muchas cosas sin aportar datos nuevos- que de doña Ana Pastor, que recordó que cuando llegó al Ministerio el tramo ya estaba inaugurado. Y como la mayor parte de los interrogadores de la comisión fueron, según las crónicas, en apariencia más benévolos que nunca, seguirá el misterio acerca de si don José se benefició política y/o electoralmente de aquella inauguración, o sobre quién autorizó de verdad, firmas aparte, el cambio en las obras, dato quizá decisivo en la tragedia.

¿O no?