Desde el mismo momento que nacemos comenzamos a hacernos mayores. Por muy buena y fuerte que sea la apariencia, los años están ahí, dejándonos bastantes enseñanzas de libre lectura. En ocasiones, ingenuamente, pensamos que en lo físico está el almíbar de la juventud, y no dudamos en quitarnos las huellas de la vida, de todas las partes del cuerpo: se puede rejuvenecer hasta... sí, están pensando bien.

Sin embargo, humilde opinión, sostengo que nos hacemos mayores en el momento que la locura ya no está a nuestra disposición. Los jóvenes no tienen un propósito en la mayoría de sus acciones; no conocen el significado de muchas palabras, la madurez es la que nos envejece, saborea con intensidad palabras que son condicionantes: miedo, vergüenza, prejuicios, y así un largo etcétera, sin olvidar el famoso "qué dirán".

No creo que sirva de mucho sollozar por ser eternamente jóvenes, la naturaleza leal compañera de la vida, nos acomoda en los misterios del tiempo y con gran sinceridad nos recuerda que estamos de paso. No, no sirve de nada disimular los años, al contrario es necesario reconocerlos. La edad es un reconocimiento de vida, el mejor testimonio de haber llegado; concebir la vida sólo con juventud es imposible, cada edad narra momentos maravillosos y es absurdo renegar de ellos.

Los años nos permiten muchas cosas, sin apenas pensar, nos dan las proporciones exactas de la noche y el día. Son descanso y libro voluminoso salido de nuestras propias vivencias, son cripta en la que entra lo grande y sale lo voluminoso, son un "ni siquiera" que empuja con facilidad a todo aquello que no vale la pena.

Esquivar la edad es una perdida de tiempo, cada año es una invitación. En la esperanza vive el latido humano, el mismo que nos proporciona el movimiento para llegar, para llegar a la vejez sin negaciones y dudas: con firmeza y sin obstáculos.

La juventud nos proporciona aventuras llenas de entusiasmo, pero no podemos ser eternamente jóvenes...

Buscando un estremecimiento, un temblor romántico, camino por el Muelle de Ostia. Aquí, la luz es distinta. Humanizar los desvelos con paisajes espirituales, sentir la alusión de la poesía, abrir el pecho entre penumbra y escuchar el cante de lo claroscuro. Indecisa luz...

El inconsciente no sigue el ritmo de la razón, busca poetas malditos para encapricharse, se abre camino entre la locura y la virtud, trae al recuerdo hermosas manzanas.

Luz, color...

Contradicción...

La reserva, en pintura es poesía, es refugio en el cuadro.