Que las industrias padezcan las consecuencias de un marco eléctrico inestable que encarece la energía lastra el progreso. La electricidad es el caballo de batalla desde hace más de un lustro. Ninguna solución se ha concretado todavía, aunque las amenazas provocan parálisis. Lo acabamos de ver con los cierres de Alcoa en A Coruña y Avilés, pese a todas las facilidades y el trato especial que la compañía norteamericana recibió de las administraciones durante años. Mayor mal se hará si no se aprende pronto de los errores y se actúa en consecuencia. Abaratar su precio es un grito compartido por empresarios y trabajadores. También en Galicia, donde PSA persiste desde hace años, sin generar alarmas innecesarias, en la necesidad de una red de muy alta tensión para reducir costes. No es tiempo para la indiferencia. Mirando para otro lado con la tarifa eléctrica y dilatando la solución del problema, para nada se contribuye a disipar las amenazas.

La comunidad debe en buena parte su despegue de los últimos sesenta años a la implantación de Citroën en Vigo y al desarrollo de toda la industria de componentes del motor que emergió al calor de la planta de Balaídos. La historia económica reciente y muchos de los avances tampoco se entenderían sin la aportación y el protagonismo de la automoción. El modelo nació y creció en Vigo de la mano de un clúster ejemplar que ha proporcionado riqueza y contribuido a elevar el nivel de vida cuando Galicia era una sociedad eminentemente rural. Lo seguirá haciendo con los nuevos lanzamientos en marcha, que garantizan producción para la próxima década, y con los que llegarán si se mantiene como hasta ahora a la vanguardia en un sector que afronta una profunda y vertiginosa transformación.

Para ello resulta primordial seguir haciendo las cosas bien como hasta ahora, reforzar la eficiencia y continuar apostando a fondo por la innovación y por una producción cada día más cualificada de la mano de un capital humano capaz de adaptarse fácilmente a los cambios rapidísimos de un mercado oscilante. Es necesario mejorar en el reto de la competitividad, donde el precio final resulta determinante. Los nuevos directivos de PSA Vigo vienen de reafirmar hace unos días que encaran el futuro de la planta con confianza y que asumen el gran desafío de mantenerse a la cabeza del sector, lo que además de resultar tranquilizador, constituye una declaración ideal de principios. Pero para que la fábrica mantenga al máximo su potencial en el futuro, la multinacional ha recalcado que es inexcusable, entre otros factores, reducir los costes de la energía.

Conviene, así pues, no menospreciar sus llamamientos. Deslealtades e incumplimientos empresariales aparte, por la nulidad de los gobiernos de turno para coger el toro energético por los cuernos y promover una tarifa competitiva, como existe en todos los países de Europa, fábricas de peso en España han echado el cierre pese a recibir miles de millones de ayudas especiales en la última década. Sirva como ejemplo la espantada de Alcoa aduciendo el insostenible precio de la energía en España, independientemente de otras razones inconfesables. Es la consecuencia de que este país no haya sabido negociar a largo plazo, decantándose por el parcheo y eludiendo el fondo de la cuestión.

Paralelismos al margen, la preocupación crece en muchas grandes industrias, que no se cansan de expresar el estupor por la carestía española en el kilovatio, por encima de Alemania y Francia. También en la industria del automóvil en España, con nueve compañías con fábricas que el pasado año facturaron 64.000 millones y se preparan para recibir 15 nuevos modelos. En el caso de PSA en Vigo, primera cabeza tractora de un sector que factura en Galicia 8.700 millones, la construcción de una nueva subestación y una red de Muy Alta Tensión (MAT) resultan cruciales. La línea que llega a Balaídos, de 132 kilovoltios (kV), no es suficiente para garantizar la estabilidad del suministro. Los huecos de tensión que se producen llevan años alterando la actividad de la planta, que ya en 2013 solicitó al Gobierno el enganche a la red de 220 kV que pasa por Porriño. La demanda se incluyó en la planificación de Red Eléctrica de España para el sexenio 2015/20 y el anterior Ejecutivo central se comprometió a ejecutarla, pero no pasó del papel. Además de una mayor estabilidad energética, la conexión a una línea MAT abarataría el precio de suministro. Como consecuencia de esas carencias, la factoría viguesa se resiente en competitividad frente a la práctica totalidad de las otras plantas de coches españolas, incluidas las dos del grupo PSA en Figueruelas y Villaverde, que sí lo están.

Pero la demanda de PSA lo es de todos. Vigo es la única gran ciudad española de su tamaño que sigue recibiendo la electricidad con una tensión de 132 kV, suficiente por ahora para el consumo doméstico, pero insuficiente para el uso industrial -como se ha demostrado- y para el Vigo del futuro, en el que la demanda energética aumentará mucho más por la mayor digitalización de los hogares y la irrupción del coche eléctrico.

Su acometida requiere, sin duda, de una inversión importante, del orden de los 70 millones, pero necesaria para el crecimiento de la mayor área poblacional e industrial de Galicia. La decisión depende ahora de que el Ministerio de Transición Ecológica apruebe la excepcionalidad del proyecto, paso previo para su ejecución. El alcalde de Vigo se ha comprometido a gestionar la obra ante el nuevo Ejecutivo y Zona Franca se ha mostrado dispuesta a financiar la la subestación que requerirá la factoría cuando llegue la conexión.

Los riesgos están sobradamente advertidos y el peligro que corre la industria con decisiones y situaciones que minan su competitividad no es un cuento. Atajarlos a su debido tiempo contribuye a minimizarlos. Hacer política industrial implica acompañar a las empresas y pensar estrategias viables que faciliten su existencia. Y actuar sobre el coste energético, siempre determinante en la competitividad de un país, resulta primordial para conseguirlo. Siempre ha sido así, pero nunca como ahora cuando la competencia extrema obliga a ajustar costes y ofrecer el mejor producto para seguir en la carrera.