Una de cada dos personas que pasean por la calle va a votar a Vox. La otra piensa que Vox es un partido fascista. Ambas deberán moderar sus planteamientos. Los ultraderechistas moderados aprenderán de Despeñaperros arriba que sus planteamientos son irrealizables, por el arraigo de los vicios liberales. Y sobre todo, los denunciantes de la formación de ultraderecha moderada serán invitados por sus superiores a expresarse en términos menos hirientes, a respetar a quienes reivindican el franquismo, a recordar que los fascistas también son consumidores antes que reaccionarios.
Resumen del párrafo anterior: ¿Invitaría usted a Vox a su banquete? De acuerdo con lo que estamos escuchando, la Casa del Rey debería expulsar al partido de ultraderecha ligera de la recepción del Palacio Real del 12 de octubre, aunque cuesta imaginar una formación que disfrutara tanto de los fastos de la Fiesta Nacional. Lo mismo ocurrirá en los saraos de entidades financieras o de las beneméritas ONGs, desgarradas por la llegada en tropel y a caballo de los ultraconservadores. La crisis al admitir a los guerrilleros de Podemos en alpargatas es una broma, por comparación con el regreso de los correajes.
El desenlace de este dilema no será la cacareada expulsión de Vox de los ágapes de la sociedad civil, sino su aceptación conforme asumen cargos públicos con el poder anejo. La disuasión no será exigida por los antes fascistas, sino por sus melifluos anfitriones, "porque claro, están elegidos y no podemos discriminar". El tiempo todo lo suaviza, y se nos sugerirá con la dulzura que precisamente ha traído a la ultraderecha que no conviene exagerar, que es un partido como otro y que nunca decimos "los castristas de Podemos". Aproveche pues los últimos días de libertad para proclamar que Vox es un partido de ultraderecha. Y busque sinónimos como derecha clara, derecha nítida o derecha envidiable.
