Hay mujeres que matan, claro que sí, como las hay que ridiculizan, atormentan y maltratan a su pareja en una relación de poder. Y menores asesinos. Y emigrantes violadores. Y carroñeros sin escrúpulos que aprovechan estos crímenes para agitar los populismos y arañar votos prometiendo castigos colectivos para las atrocidades individuales. Yo no siento compasión por la chica de 18 años que apuñaló mortalmente a José Eloy Vicent en Eivissa hace una semana, sino por su víctima, porque para familia deshecha y vida "arruinada", la del hombre, que segó de raíz, y espero que los tribunales le hagan pagar por lo que no tiene precio. Sin embargo, utilizar esta tragedia para pedir la derogación de la ley de la violencia de género, como se ha hecho, es de un oportunismo político y de una indignidad vergonzosos. ¡Venga ya! ¿Tanto les molesta una protección, sin medios suficientes, que no evita que en este país cientos de mujeres sean brutalmente apaleadas en su propio hogar y decenas de ellas asesinadas cada año por su marido o su ex? ¿Un pacto de Estado que reconoce el derecho a salir a correr al campo sin miedo a la violación y el horror que sufrió Laura Luelmo? ¿Acaso ignoran en qué sociedad viven y a cuántas llevamos ya rotas o enterradas? ¿O es que prefieren callar y que, como cuando yo era niña, el secreto a voces de las palizas a la vecina se dirima, a dolor y golpes, en familia, y los abusos sexuales con silencios?

En lo que a mí respecta, nada me gustaría más que las leyes contra la violencia machista fueran innecesarias pero sé que ahora mismo, mientras escribo, están intimidando, acosando, agrediendo o matando a una más. Solo por ser mujer.