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Daniel Capó FdV

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

La inacabada

En música, no son excepcionales las obras inacabadas. Mozart sólo pudo cumplir a medias con su encargo de componer un réquiem, trabajo que culminó su discípulo Franz Xaver Süssmayr. Anton Bruckner tampoco pudo terminar su Novena sinfonía -dedicada al "buen Dios"- y varios compositores contemporáneos intentaron -con mayor o menor fortuna- completar el último movimiento a partir de los esbozos que había dejado el maestro de Ansfelden. Al neurótico Gustav Mahler le debemos otra gran pieza inacabada: su Décima sinfonía, de la que suele interpretarse el hondo y estremecedor Adagio inicial. Giacomo Puccini tampoco pudo concluir su ópera Turandot -que estrenaría en 1926 el tenor aragonés Miguel Fleta bajo la batuta de Arturo Toscanini en La Scala de Milán-, labor que realizó -sin demasiado acierto, todo hay que decirlo- otro discípulo: Franco Alfano. Rara vez esos trabajos aportan algo, de modo que cabe preguntarse si muchas de estas piezas no sería mejor dejarlas sencillamente tal como quedaron: escuchar el original y reconocer su grandeza en la imperfección. Es el caso paradigmático de la Novena de Bruckner, una autentica obra maestra cuyo último movimiento se desvanece en una paz misteriosa, transida de silencio. Hay dos interpretaciones sublimes de esta inmortal partitura que nos acercan al valor salvífico del arte. La primera es un registro en vivo de 1944. Furtwängler dirige la Orquesta Filarmónica de Berlín en pleno avance de las tropas aliadas. El director dirige subyugado por las sombras de un mundo que se acerca a su final. La segunda gran grabación es otro registro en vivo, esta vez en Múnich, con el rumano Sergiu Celibidache al frente. Si la primera de estas versiones destaca por el dramatismo agónico de la música -un raid aéreo avanzaba en aquellos momentos sobre Berlín-, los muniqueses transfiguran las notas hasta situarlas fuera del tiempo, como si estuviéramos orando ante un icono. Cualquier palabra que se pronuncie después de los últimos acordes de la Novena carece de sentido.

Un potente programa de inteligencia artificial desarrollado por Huawei se ha lanzado a la tarea de rematar otra obra maestra inacabada: la Sinfonía nº 8 de Schubert. Vano esfuerzo. En realidad, ni siquiera sabemos si el compositor consideraba inconclusa su obra, pues -aunque se conservan algunos compases del Scherzo- lo cierto es que Schubert parece haber dejado adrede la partitura reducida a dos movimientos. Ambos prodigiosos. Ambos, se dice, compuestos bajo los primeros síntomas de la enfermedad que le llevaría prematuramente a la tumba con apenas 31 años. Ahora Huawei ha querido demostrar que ningún campo está vetado a la inteligencia lógica de las máquinas, ni siquiera el de las musas. ¿Se atreverán pronto con Velázquez o Leonardo, con Borromini o Gaudí, con Cervantes o Shakespeare? A saber. No sería el primer libro escrito por una máquina, como tampoco -ahora lo sabemos- la primera composición de música clásica. Y, sin embargo, pretender que podemos reducir el hombre a una suma de algoritmos constituye uno de los ideales más absurdos de nuestra época. Los peligros de la inteligencia artificial para la libertad humana no son menores y acerca de ellos han alertado, por ejemplo, algunas figuras públicas como Elon Musk, creador de los coches Tesla. Pero sus beneficios también serán visibles en el futuro. No es el caso, por supuesto, de la creación artística: dejemos a la Inacabada permanecer inacabada.

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