Cuatro factores allanaron hace algo más de sesenta años la implantación en Balaídos de la primera fábrica de Citroën en España: la Zona Franca, con sus ventajas arancelarias que facilitaban la exportación; el Puerto, que aseguraba una conectividad que por tierra era entonces imposible; una mano de obra cualificada forjada en los astilleros y la conserva, y una conexión eléctrica fiable.

Que Vigo contase en 1958 con un suministro y tensión suficiente desde los saltos de agua de la cuenca del Miño-Sil fue determinante en la elección de la multinacional francesa, y seis décadas después Galicia puede presumir de contar con una de las mayores fábricas de automóviles de Europa, responsable de casi el 15% de la producción española de vehículos y que sin duda se ha convertido en un referente en calidad e innovación, y cabeza tractora además de un potente sector que emplea directa o indirectamente a más de 40.000 trabajadores.

Por eso no se entiende que lo que fue crucial hace sesenta años, ahora se desatienda. La planta de Vigo lleva desde 2013 solicitando su enganche a la red de alta tensión que surca Porriño para volver a disponer de una conexión fiable de energía que no obligue a interrumpir su producción cada dos por tres por los denominados "huecos de tensión", y para competir en igualdad de condiciones con otras factorías del grupo -como Zaragoza- que llevan años trabajando a 220 kilovoltios y que, por tanto, pagan menos por la luz.

Ganaría PSA y todo Vigo, la única gran ciudad española con una conexión eléctrica de segunda.