En la ceremonia de los Goya del pasado fin de semana se dio las gracias varias veces a Netflix por la financiación de títulos para el cine. El presidente de la Academia, Mariano Barroso, habló de la urgencia de adaptar la industria cinematográfica al nuevo escenario multipantalla. Además, ya circula el rumor -o la advertencia- de que esta ha sido la última edición en la que las películas no compiten directamente con las series.

En la pomposamente llamada gran noche del cine español, el ambiente glamuroso no escondía una cierta sensación de fin de ciclo. Los lujosos trajes de gala y las ostentosas joyas no apaciguaban un profundo aroma a asamblea de taxistas. El mundo tal y como lo conocemos hasta ahora se muere. Todos soportamos el peso de nuestro decadente escudo de armas, con gatopardo incluido, como el príncipe de Salina: todo tiene que cambiar para que nada cambie.

La ceremonia llevaba la carga de contradicción propia de los tiempos convulsos. Era como si los taxistas dieran las gracias a Uber por la financiación. Como si Tito Álvarez -carismático líder del sector- llamara a unirse al enemigo para construir el futuro. Como si ya todo el mundo supiera que, más pronto que tarde, unos y otros lucharán -como gladiadores- en ese circo romano que es el salvaje libre mercado. Ave, Caesar, morituri te salutant.

Cuando los taxistas, con el pecho henchido, cantaban estos días en la Puerta del Sol Bella ciao, ciao ciao no estaban rindiendo un homenaje a los partisanos italianos que lucharon contra el fascismo. Cantaban el himno revolucionario que hoy entusiasma a los adolescentes casi tanto como Amaia OT. La vieja canción revolucionaria la ha rescatado del olvido y puesto de moda, 80 años después, la serie de Netflix-Antena 3 "La casa de papel". Las series -el Uber del cine- no son inofensivas. Han venido para cambiarnos la vida, las costumbres y la cultura. Como Cabify a los taxistas, Amazon a los comerciantes, Deliveroo a los restauradores o Twitter a los periodistas.

Las gentes de los Goya aún creen que conservan aquel superpoder del cine que le permitía transformar la sociedad. Con sus ampulosos discursos sobre nobles causas de todo tipo -los palestinos, los mayores, las mujeres, los discapacitados, los colectivos LGTBI-, recuerdan a las misses cuando les pedían que pidieran un deseo: la paz en el mundo.

El mensaje de los premios se ha convertido en cartón piedra, puro atrezzo. Lo que hoy está transformando la sociedad, para mal o para bien, ya no es el cine ni mucho menos sus extemporáneas fiestas. Son las series. No hay más que tirar de catálogo para comprobar cómo va calando su mensaje. Las mujeres son libres e independientes como "The Good Wife"; las cárceles son como en "Vis a vis". La política es como "House of Cards". Los homosexuales son como los Cam y Mitchel de "Modern Family". La América de Trump es como la de "Shameless". Y nuestro Siglo de Oro es como el de "La peste".

Las series han ganado la batalla definitiva al cine y, ahora, son ellas las que construyen eso que se llama el relato. Parece claro que cada vez vamos a ir menos al cine. Cada vez usaremos más VTC y menos taxis. Y cada vez nos vamos a quedar más en casa a esperar al mensajero/a de Amazon o Deliveroo, que cantará aquello de "Pero vendrá un día en que todas nosotras / O bella ciao bella ciao bella ciao ciao ciao / Pero vendrá un día en que todas nosotras / Trabajaremos en libertad".