La exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría está citada a declarar como testigo en el juicio del 1-O que comenzará en breve. Puede ser gracioso escuchar lo que tiene que decir sobre el "éxito" de su misión como ministra plenipotenciaria enviada a Barcelona para resolver la crisis de Cataluña. O lo que es lo mismo, cómo la embaucó el mosén Junqueras, haciéndole creer que en la procesión de los locos frente al Estado él era el cuerdo. Ahora está jugando a lo mismo con un Gobierno que no necesita que lo engañen, porque ya se ha prestado a la mentira voluntaria y conscientemente para lograr sus fines.

Entonces era Soraya, el cerebrito de Valladolid, la que le transmitía a Rajoy tranquilidad, porque en la trila que se traía entre manos el mosén no le iba a fallar. Ya saben cómo acabó todo aunque, en el fondo, nos tememos, no haya hecho más que empezar.

Puigdemont, el ausente, no va a declarar por videoconferencia. La batalla acabará también perdiéndola frente al mismo que se la ganó a la niña de Rajoy. Son los inconvenientes de la volatilidad, no estar presente significa ausentarse por mucho que durante todo este tiempo se haya esforzado en centrar su protagonismo desde la distancia. Junqueras le ha recordado que Sócrates, Séneca y Cicerón no huyeron, y que él se ha quedado a penar por "responsabilidad ética". Si la hubiera tenido no habría actuado con deslealtad desde las instituciones, como hizo, ni engatusado a la Vicepresidenta que confiaba en él como el único cuerdo de los locos. Pero a alguien que se compara de esa manera y sin pudor con los grandes personajes de la historia la cordura no le entra en la cabeza.