La Comunidad Franciscana recibió en 1959 un gran homenaje popular al cumplirse cincuenta años de su regreso a Pontevedra tras una larga ausencia forzada por la desamortización de Mendizábal. Aquel espontáneo reconocimiento se presentó cómo una muestra de gratitud y simpatía de carácter popular por sus incontables servicios, tanto de carácter religioso y espiritual, como artístico y cultural. Tarea imposible discernir los unos de los otros porque estuvieron intrínsecamente unidos.

Eso resaltó el alcalde Prudencio Landín Carrasco en la alocución divulgada el 26 de abril de aquel año, día grande de la programación elaborada con inmenso mimo para festejar un acontecimiento tan singular.

Entonces se supo que tal fecha no surgió por azar, sino que tuvo un significado muy especial porque exactamente aquel mismo día de 1909, o sea medio siglo antes, fue cuando llegó a esta ciudad el padre Luís Mª Fernández Espinosa. Por esa razón y por su incansable labor, el homenaje colectivo se proyectó en la modesta persona de aquel franciscano, admirado por su sapiencia musical, y reconocido por su humildad infinita.

Un tropel de niñas y niños que durante tantos años pasaron por el catecismo de San Francisco, tres o cuatro generaciones cuando menos, y muy en particular, una legión de asociados a la Juventud Antoniana allí nacida y desarrollada, estuvieron detrás de aquella iniciativa. El Ayuntamiento no hizo otra cosa más que sumarse a la feliz idea, si bien se implicó con entusiasmo y generosidad: una moción firmada por la corporación en pleno enmarcó la concesión del título de hijo adoptivo de la ciudad al padre Luís, y tras su fallecimiento un año después puso su nombre -que todavía se conserva- a una calle de nueva apertura y próxima a la iglesia franciscana.

Un concierto ensayado para ocasión tan especial por la Coral Polifónica abrió el programa elaborado el 24 de abril de 1959 en el claustro de San Francisco. Un auditorio variopinto arropó a un padre Luís totalmente desbordado en su modestia y bonhomía por tantas muestras de cariño y admiración. Junto a las primeras autoridades destacó sobremanera la presencia del genial violinista, Manuel Quiroga, pese a su delicado estado de salud, así como del párroco de Campañó, Antonio Rodríguez Fraiz.

Augusto García Sánchez realizó el ofrecimiento del homenaje en nombre de la Polifónica, que bajo la dirección del maestro Iglesias Vilarelle, interpretó unas piezas transcritas y otras armonizadas por el musicógrafo franciscano. En recuerdo de la actuación, el maestro Vilarelle regaló al padre Luís un álbum discográfico con los seis conciertos de Brandemburgo, de Juan Sebastián Bach. El besamanos final resultó interminable.

Al día siguiente, la Coral repitió actuación en San Francisco durante la misa de ocho y media de la mañana. Pero el acontecimiento de la jornada llegó a media tarde con la presentación oficial de la Banda de Música Popular de Pontevedra, que ofreció un concierto en el claustro del templo, bajo la dirección del maestro Juan Moldes. Tras su feliz reorganización después de varios años de lamentable silencio, el patronato rector decidió con buen criterio dedicar su primera actuación a la Comunidad Franciscana.

Fiel a su costumbre, el padre Luís impartió a primera hora del día 26 una lección del catecismo de los domingos. Luego se descubrió una lápida de piedra en un muro del convento que recogía su nombramiento como hijo adoptivo, en presencia de la comunidad franciscana, autoridades y feligreses.

"Al nombrar hijo adoptivo de esta capital al padre Luís -dijo el alcalde Prudencio Landín-, no hacemos más que corresponder a un nombramiento hecho por él mismo con anterioridad en favor de Pontevedra, adoptándola lo mismo que a todos sus habitantes en su corazón puramente religioso y en su cerebro destacadamente artístico".

El broche de oro de aquella programación corrió a cargo de la Agrupación de Cámara de la Sociedad Filarmónica de Vigo, bajo la dirección del maestro Daniel Quintas, que ofreció un concierto en el Teatro Principal. El secretario de la entidad dedicó unas elocuentes palabras de admiración y cariño al homenajeado en representación de diversas instituciones viguesas.

Al concluir la interpretación de varias obras firmadas por el padre Luís, el público requirió su presencia en el escenario donde recibió una ovación interminable.

La vida y obra del padre Luís Mª Fernández Espinosa hicieron correr ríos y ríos de tinta durante aquellos cincuenta años transcurridos; tantas fueron las alabanzas y los reconocimientos a su labor pastoral y a su trabajo musical. Tarea imposible encontrar un reproche fuera de contexto a la primera (ni siquiera en los años negros de la Guerra Civil), ni mucho menos una crítica a la autoridad musical que ejerció durante ese medio siglo.

El coro de la Juventud Antoniana, la Coral Polifónica, la Sociedad Filarmónica y, sobre todo, la Orquesta de Cámara de Pontevedra, contaron unas con su generosa colaboración y otras con su acertada dirección. Tantos fueron sus arreglos y tantas sus composiciones, que resultarían incontables.

Si hubiera tenido que elegir inevitablemente entre la iglesia y la música, cualquiera sabe por cual se decantaría el padre Luís. Pero un día que repasó su vida ante su amigo Celestino Iglesias Dapena, que vive para contarlo, realizó una sorprendente confesión: "Yo he predicado muchas veces aquí en novenas y misas; pero antes de subir al púlpito nunca he podido reprimir la angustia y la vergüenza me vencía".

Sabino Torres narró para mí sorpresa en cierta ocasión el fallecimiento novelesco o cinematográfico que tuvo el padre Luís al año siguiente de aquel magno homenaje.

Una mañana, mientras ejecutaba un motete durante una celebración religiosa, con la salud ya quebrada, el órgano de San Francisco que tanto apreciaba sonó "en ostinato", con un acorde claramente desafinado que no era normal. Cuando acudieron a su lado para saber que pasaba, encontraron al franciscano muerto, con la cabeza apoyada sobre el teclado de su instrumento favorito.