Es el juego más elemental y divertido de los niños: se sube uno al montón de lo que sea (grava, arena, carbón) y los demás intentan echarlo de allí a empujones para ocupar su sitio; es ley primaria del poder de cualquier clase, y hay que asumir que son las reglas del juego. Si yo fuera el admirado científico y persona Carlos López Otín seguiría en el juego de dos modos: rebatiendo una a una las acusaciones que le hacen, sin menospreciar siquiera las más primarias (serán las que mejor entienda el lego), y haciendo un supremo esfuerzo de autocontrol para que los ataques no interfieran en su trabajo, planteándose incluso nuevas metas. Y un remate, si le quedara humor: secuenciar la cadencia, modo y efectos de los ataques que recibe, obtener sus leyes y tratar de aplicarlas a alguna de sus investigaciones. Agresión, defensa y contraataque valen para la vida y para la vida de las células.