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El otro cinema que ocupó el Petit Palais

Allí donde los franciscanos se establecieron a principios del siglo XX en su peregrinar mundano, enseguida germinó una legión de antonianos dispuestos a honrar la memoria del santo de Padua, a su vez fiel discípulo del santo de Asís. Eso ocurrió también en Pontevedra tras la devolución de la iglesia a la Orden en 1909, que contamos en la crónica anterior.

Apenas un mes y medio después de su instalación en precario, el padre Miguel Barraincúa, anticipó desde el púlpito la inmediata fundación de la Juventud Antoniana. Incluso puso fecha exacta a tan fausto acontecimiento: el 25 de marzo, festividad de la Anunciación.

Para realizar un anuncio de tanta significación, el superior eligió una jornada intermedia de la impartición de su primera Santa Misión, cuando el templo de San Francisco estaba abarrotado de fieles deslumbrados por aquellos elocuentes sermones que ponían la carne de gallina.

La Juventud Antoniana era una agrupación religiosa o asociación piadosa que reunió a niños y niñas para suscitar su educación cristiana de forma gratuita, desde la primera comunión hasta los veinte años. Además de ese aspecto religioso, tenía otra vertiente artística no menos primordial porque constituía un acicate para la captación de adeptos. Hoy los antonianos seguramente cargarían con la etiqueta de "integristas".

El colectivo pontevedrés nació en el día señalado con una función religiosa donde sus fundadores entonaron diversos himnos y siguieron con atención la plática del padre superior sobre el alcance del compromiso adquirido. A continuación, recogían la medallita distintiva que tanta ilusión hacía a sus receptores, de obligado lucimiento en las ceremonias más relevantes.

Para entonces, la catequesis impulsada por el padre Atanasio en la iglesia de la Virgen del Camino -su traslado a San Francisco se materializó un poco más tarde- ya había comenzado a impartirse con ayuda de algunas señoritas de familias distinguidas (Mercedes Mon, Elisa Sampedro, Clotilde Casas, Margarita López de Castro, etc).

El 13 de junio de 1909, los antonianos celebraron por primera vez en Pontevedra la festividad del santo de Padua, la fecha más importante del año para la agrupación juvenil. Dos momentos cumbres sobresalieron en la programación realizada: el debut del coro dirigido por el padre Luís durante la misa de medio pontifical y la procesión organizada hasta el santuario de la Peregrina, pasando por la plaza de la Herrería.

Recién instalado en esta ciudad, el padre Luís puso manos a la obra de su impagable labor musical y aquel día tan señalado mostró un pequeño anticipo de todo lo que hizo después. Un coro de antonianos bajo su dirección al órgano, cautivó a la feligresía con su interpretación de la Misa de Ángeles.

La procesión en honor de San Antonio tuvo un fervoroso recibimiento en la Herrería. Al frente de la comitiva, figuró el estandarte portado por el estudiante de Medicina y primer presidente de los antonianos pontevedreses, Gumersindo Casas Rodríguez, secundado por los hijos de Carrillo y Lozano. A continuación, la imagen del santo entre dos largas filas de jóvenes de ambos sexos. Y finalmente el Santísimo bajo palio, escoltado por las directivas de la Juventud Antoniana, la VOT y la comunidad franciscana al completo.

Desde aquella primera celebración, los antonianos nunca dejaron de honrar cada 13 de junio a su santo patrón. Año tras año, la función religiosa mensual también requirió su asistencia obligada, comunión incluida; un compromiso que jamás pasaron por alto, ni en la Guerra Civil. Luego se convirtió en tradición el almuerzo para niños menesterosos en tan señalada fecha, así como el regalo de trece canastillas, trece, a recién nacidos "pobres y cristianos", condición sine qua non para su entrega.

Tras Gumersindo Casas asumió la presidencia Carlos García Longoria, y entre los primeros directivos estuvieron José Pita Cobián, Celestino Fontoira Peón, Bernardo López Durán, Rafael Sánchez Cantón, Santiago Baeza Buceta, Francisco García Cabezas, Salvador Massó, etc. Todos antonianos de pro.

Las veladas artísticas de la Juventud Antoniana fueron el complemento ideal de las funciones religiosas y se desarrollaron con la misma intensidad desde 1910; una al mes como mínimo. La música y el teatro compusieron la base esencial de sus concurridas presentaciones.

José Sánchez Puga, Francisco Amil, Antonio Arines, Bernardino Domercq, Apolinar Torres, Félix Hinojal, Benito Rey, Vicente Pereira, Eduardo Torres y otros muchos, destacaron en el cuadro de declamación de unas obras cortas, que siempre contenían una instructiva enseñanza moral.

Dentro de la parte musical, los solistas alternaron con los dúos de violín y piano. A veces tríos y menos habituales las rondallas. El coro y la orquesta bajo la dirección del padre Luís tampoco faltaron en aquella actuaciones. De allí salieron algunas de las primeras voces que nutrieron la Coral Polifónica. Los antonianos incluso contaron con himno propio: Enrique Barreras puso la letra y la música el padre Luís.

La Juventud Antoniana programó unos juegos florales del máximo nivel para festejar sus bodas de plata en 1934, con el escritor José María Pemán como mantenedor. Un jurado formado por académicos y literatos falló el concurso en Madrid y otorgó el premio de honor a José Antonio Ochaita, de Vigo, por una obra titulada Romancillo de las tres patrias. Una inoportuna indisposición de Pemán a última hora frustró su venida a Pontevedra.

Desde su nacimiento, esta organización juvenil gozó de una aceptación enorme, hasta convertirse en la agrupación más numerosa que conoció esta ciudad durante el primer tercio del siglo XX. El padre Luís recordó al final de su vida que la entidad juvenil llegó a contar en su momento álgido con 2.000 chicas y 1.600 chicos totalmente implicados en sus diversas actividades, donde religión y arte se dieron la mano.

Después de la Guerra Civil, los antonianos suprimieron las veladas artísticas, renunciaron a su proyección exterior frente al fuerte impulso de Acción Católica y redujeron sus actividades a los actos religiosos de San Francisco, convertido en su cuartel de invierno.

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