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Camilo José Cela Conde.

Las trincheras

El regreso a la derecha que reivindica a Franco y a la izquierda que apuesta por el nacionalismo carlista

Sabemos desde la Primera Guerra Mundial que meterse en las trincheras no sirve de nada pero debe haber alguna clave en la naturaleza humana que nos lleva a enrocarnos. Desde la política a la vida cotidiana, cada conflicto nos enseña que lo que parecía una solución ayer no va a servir para mañana y, aun así, optamos por agarrarnos como locos a la tradición. Por poner un ejemplo de estos días, los taxistas, que seguro que tienen razón en su conflicto con Uber y Cabify, no se han dado cuenta de que invocar derechos para siempre es inútil porque el mundo cambia a una velocidad tal que lo permanente no existe. Quizá por eso, cada vez que un partido cae en declive opta por refundarse aunque, puede que por eso también, el renacimiento consista en afirmar la vigencia de lo de antes. Como resultado, estamos volviendo a la derecha que reivindica a Franco y a la izquierda que apuesta por el nacionalismo carlista. Vaya panorama.

Atrincherarse es la mejor forma de ignorar cuál es el problema, optando de antemano por la solución peor. La derrota que ha sufrido el Gobierno al intentar convalidar la fórmula del decreto-ley en el Congreso, podía haberse previsto sin gran esfuerzo sin más que repasar de cuántos escaños disponen los socialistas. Escaños propios, no en préstamo para echar a Rajoy. Si el análisis de la debilidad de un gobierno en ultraminoría fue universal cuando la moción de censura, y si ésta prosperó bajo la promesa del aspirante Sánchez de convocar elecciones de inmediato, nada más obtenido el privilegio el nuevo presidente se metió en su trinchera aspirando a terminar la legislatura fuera como fuese. Pero el líder (¿) del socialismo no está solo en su enroque permanente. La parte contratante de la segunda parte sigue los mismos pasos, con un proceso soberanista en minoría social y parlamentaria que repite una vez y otra el mantra del derecho a decidir. Con la particularidad de que la decisión está ya tomada de antemano: Dios, Patria, Rey, por más que la divinidad consista en una cifra (3%) y sea el monarca de la república imaginaria quien nombra a su sucesor.

Como el mundo global ya ha llegado, la trinchera es más grande que nunca pero en ella cabe cada vez menos gente. Los parias que no contamos con el carnet del privilegio tenemos que contentarnos con contemplarla desde fuera, por medio de lo que era antes la televisión y sale ahora en la pantalla del móvil. Gracias a tanto progreso hemos alcanzado ya la paradoja de Orwell que nombró Chomsky y en la que él mismo ha caído: la de hundirnos en la ignorancia a fuerza de multiplicar las noticias. Las llamamos ahora fake news pero son las mismas mentiras de siempre. Las que circulan de manera impuesta por la trinchera. Qué lástima que, puestos a enrocarnos, no hayamos optado por hacerlo convirtiendo en norma obligatoria los principios de la Ilustración.

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