Tras ser despedido de la Casa Blanca, el ideólogo estadounidense Steve Bannon se propuso conseguir en Europa algo similar a lo logrado gracias también a su servicios por la ultraderecha del "tea party". Una vez que el presidente Donald Trump consideró que ya no le necesitaba, Bannon decidió poner el punto de mira en Bruselas, dispuesto a asestar una lanzada a ese "vampiro" burocrático, como él lo llama.

Se presenta ese ultracatólico practicante de ascendencia irlandesa cual moderno caballero andante dispuesto a presentar batalla a la "clase de Davos", en referencia a esa elite global que se da cita todos los inviernos en esa localidad alpina para supuestamente arreglar el mundo. El camino se lo había allanado un político de ultraderecha belga llamado Mischaël Modrikamen creando en 2017 de una fundación, que bautizó "El Movimiento, para unir a todas las fuerzas ultranacionalistas del Viejo Continente.

El objetivo de ambos, que ahora colaboran desde su cuartel general en Bruselas, es apoyar a todos los grupos y partidos de ultraderecha surgidos en Europa a fin de dar el asalto al Parlamento de Estrasburgo y reconquistar así un continente que, en su opinión, parece haber perdido la brújula moral.

En opinión de la ultraderecha europea, el hedonismo de la revolución estudiantil del 68, debilitó a la familia tradicional, promovió la homosexualidad y lo que ahora se llama "ideología de género", y está en la raíz de la actual decadencia.

Muchos de los hippies de entonces, convertidos más tarde al turbocapitalismo, tienen, según Bannon, enorme responsabilidad en la crisis del 2008, que hundió a la clase media sin tocar para nada las fortunas de los poderosos, que se hicieron todavía más ricos.Las propuestas del dúo Modrikamen/Bannon -nacionalismo económico, oposición al libre comercio y a la inmigración, sobre todo la de países musulmanes- son cantos de sirena que engañan a incautos y confusos, especies cada vez más abundantes en este mundo de redes sociales.

Bannon ha ofrecido ya sus servicios a las distintas fuerzas ultranacionalistas europeas aunque con resultado desigual: la francesa Marine Le Pen y los dirigentes de Alternativa para Alemania o el gobernante Partido de la Libertad de Austria no parecen entusiasmados. En el rechazo de algunos de esos partidos de ultraderecha pesa sobre todo un antiamericanismo que contrasta con el tradicional atlantismo de los viejos partidos mayoritarios como los popular-conservadores como los del centro-izquierda socialdemócrata.

Por el contrario, sí parece que ha habido buenos contactos con el anti-islamista Partido por la Libertad, de Geert Wilders, y, algo más importante, con la Lega del italiano Matteo Salvini, el populista que ambiciona liderar a la ultraderecha europea. Los esfuerzos unificadores de la ultraderecha europea desplegados por Bannon y su socio belga tropiezan muchas veces con los egoísmos y las divergentes políticas nacionales.

Así, por ejemplo, la Hungría de Victor Orbán mantiene buenas relaciones con Rusia mientras que la Polonia de Jaroslaw Kaczynski desconfía profundamente de Moscú. Y Alternativa para Alemania y la Lega de Salvini difieren profundamente en materia de presupuesto europeo. Pero el proyecto de Bannon es a más largo plazo y a tal fin ha decidido establecer una escuela de formación de ultranacionalistas en la abadía cisterciense de Collepardo, en plenos Apeninos.