A primera vista, y desde la conciencia clara de que las cosas de palacio van despacio y, en consecuencia, las prisas son pésimas consejeras, no cabe otra que alegrarse por la iniciativa de la Xunta para hacer -dice- "posible un avance definitivo en la rentabilidad" del rural gallego. Es posible que alguien no demasiado veterano y, por tanto, aún no muy afectado por el escepticismo recuerde aquello de que la "revolución pendiente" era la agraria y proclame que ha dejado de serlo. Y ojalá que fuere así, aunque para completarlo se necesitan bastantes más cosas. Pero por algo se empieza.

Ocurre, no obstante, que si la experiencia es la madre de la ciencia -como dicen los veteranos, quizá por aparentar más méritos que el ya destacable de sobrevivir en el ejercicio del mester de escribanía-, lo probable es que la duda fuese antes que la certeza incluso en lo positivo. Y es muy cierto que lo que anuncia la Consellería -una oferta de miles de hectáreas para que las empresas ganaderas, forestales, etcétera que carezcan de tierra puedan afirmarse- no solo es eso, positivo, sino también ilusionante. Y como ya está bien de penas, toca la esperanza.

Es posible que, como suele pasar con demasiada frecuencia, una opinión personal que aplauda iniciativas gubernamentales -sea cual fuere el partido, coalición o individuo que las formule- resulte descalificada o situada bajo sospecha de motivaciones espúreas, por los adversarios del felicitado. Pero, aun así, hay ideas que merecen el riesgo de que los miopes apedreen el apoyo, y la de la Xunta es una de ellas, aunque solo fuere -y hay más- por el motivo que la respalda: el campo gallego, han dicho los responsables, necesita ideas, pero también acciones. Pues a ello.

En este punto tampoco ha de camuflarse una reserva: hay importantes sectores de la política gallega -y por tanto en su Administración- que no renuncian a la originalidad en el mejor sentido, ni tampoco a la defensa de todo aquello que consideran positivo para el país. Pero no es menos cierto que existe, a la vez, una maraña de intereses creados, conveniencias y hábitos que o retrasan tanto esas iniciativas que las frustran o aburren a sus autores hasta que renuncian a ellas. Y conviene insistir: no se habla de ilegalidad -que se podría-, sino de malos hábitos.

Así las cosas, parece oportuno insistir en que la oferta de la Xunta -desde el punto de vista personal de quien escribe- es positiva, que la actitud de quienes han de desarrollarla resulta, por lo que se ha sabido, adecuada y, por lo tanto, lo que procedería en cualquier país sensato sería apoyarla como se debe. Es decir, desde un seguimiento crítico, sin entusiasmos ni condenas previas o sobrevenidas con escasez de argumentos y, como mínimo, pensando en lo común, que es eso a lo que se llama "el país", mucho más fácil de decir que de sentir. Trabajar por Galicia es lo más importante que cualquiera de sus habitantes puede hacer porque significa, a la vez, hacerlo para las personas. Y en esa tarea no importan, ni debieran hacerlo, ideologías o intereses particulares: solo lo que tantas veces se ha dicho: lo común.

¿Eh...?