Entre el liberalismo europeísta y el casticismo manchego media un abismo, pero al Partido Popular no le queda más remedio que lidiar con los dos si no quiere perder de vista el centro y, a la vez, no dejarse comer el terreno por Vox.

Rajoy y los sorayos han representado una etapa de moderación conservadora inane que ha traído como respuesta el llamado "rearme ideológico". El partido "pluralista" que reclama Aznar consiste en remar hacia una y otra orilla. Mantener el apoyo de la extrema derecha en Andalucía y, al mismo, tiempo exorcizar sus demonios. ¿Se puede hacer? Habrá que verlo.

Los votantes de la derecha suelen tener estómagos fuertes y el adversario natural de la izquierda se perfila en esta ocasión como un peligro. De forma mucho más nítida que otras, por las complicidades que ha tejido con los independentistas catalanes en una situación crucial y delicada.

Aznar, como en su día Fraga hizo con él pero en un momento mucho más difícil por la fragmentación partidista, ha presentado a Pablo Casado como "el líder sin tutelas ni tutías". Fuera complejos. A la derecha ya no le molesta ser considerada derechona, está olvidando el pecado original y se proclama por cualquier esquina. Los partidarios de Vox son los primeros en sacar pecho y decir lo que van a votar sin que nadie les pregunte. En ese sentido, la cuestión catalana ha convocado, para perderlo, un plebiscito de la conciencia nacional, al menos, de una de las dos Españas.

La sensibilidad de Rajoy, que había hablado un día antes de anteponer el "posibilismo" a los principios ideológicos, se diluye en la "pluralidad" que reclama Aznar y que consiste en más derecha sin olvidarse del centro. El Partido Popular inicia un cambio de tercio invocando la cuadratura del círculo.