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Matías Vallés.

Al Azar

Matías Vallés

Sánchez menospreció a Franco

Tal vez por falta de memoria histórica, se adjudica a Aznar la autoría intelectual del amanecer dorado de Vox, cuando una perspectiva más amplia atribuiría este advenimiento a Francisco Franco. Y más concretamente a la muerte del dictador, y todavía más microscópicamente al desentierro de su osamenta. Pedro Sánchez ha exhumado al déspota en todos los sentidos. Esta maniobra, encima frustrada, ha resucitado al franquismo con mayor ímpetu que Cataluña o la inmigración, por citar los dos estribillos a que recurre la ultraderecha moderada para disimular su auténtica inspiración.

Y encima, Franco estaba vivo. Las sospechas sobre la paternidad socialista del auge de la ultraderecha ni siquiera constituyen una novedad planetaria. Jacques Chirac siempre sospechó que el Frente Nacional lepenista era una creación diabólica de Mitterrand, para fracturar a la derecha gala. La involuntariedad no atenúa la responsabilidad de Sánchez, que debió preguntarse por qué millones de españoles votaron al franquismo y a Felipe González, navegante del yate Azor en lo que parecía antes una apropiación que un exorcismo per aquam.

Quien esté libre de Franco, que tire la primera piedra. El tabú sigue vigente, por encima de jinetes apocalípticos como el machismo o el anticatalanismo. El renacimiento de un franquismo con esteroides demuestra que Sánchez menospreció al dictador, en la búsqueda de una jugada maestra que legitimara su mandato. En un ambiente menos calcinado, sería innecesario precisar que no se especifica aquí la maldad intrínseca de la dictadura, sino el sentido de oportunidad fundamental en gobernantes sometidos a voto. A qué venían las prisas, no es lo mismo plantear la instalación del dictador en el Valle de los Caídos que acelerar su salida. Sin olvidar que el Tribunal Supremo ya ha recordado en una extraña pirueta que le corresponde la última palabra, un veredicto contrario a la exhumación que puede anticiparse sin riesgo.

La extirpación póstuma de Franco olvida el pecado original de la continuidad no traumática. El dictador estaría en contra del régimen democrático, con la misma visceralidad que mostraría Franklin Rooseveltal blasfemar de Trump, pero esta discrepancia no anula la ininterrumpida sucesión dinástica en ambos países. La urgencia repentina por la exhumación no debe contagiarse automáticamente al desánimo por el fallido resultado andaluz. El tratamiento de shock de enfrentar a España con sus fantasmas puede servirle a Sánchez de trampolín en otras circunscripciones. El líder socialista se transformará en un genial estratega, si la fragmentación de la derecha le favorece en la composición del próximo Congreso.

Hasta Pérez Reverte reconoce que Sánchez "tiene agallas". La audacia, que sus enemigos llaman temeridad, le ha impulsado a romper el auténtico pacto de silencio de la Transición, que no afectaba al Rey sino a Franco. Desde La Moncloa angustiosamente reconquistada, el presidente le ha pegado una patada al avispero del franquismo. Conviene recordar que la democracia ya era al menos tan duradera y sólida como la dictadura, de ahí el riesgo añadido de arrojar cuatro décadas por la borda para cuestionar las condiciones inasumibles de la alianza fundacional. Los verdaderos practicantes del pensamiento único son quienes imaginaban que el desafío se saldaría sin consecuencias. ¿Propondría hoy el PSOE la exhumación interrupta del déspota?, ¿es una sabia decisión la inmigración masiva aceptada por Merkel, que le arrebata el poder y por tanto la posibilidad de aplicar su política migratoria?

Tampoco procede confundir la osadía de Sánchez en un punto concreto con una genérica valentía multidireccional. La imposibilidad de mantener el letargo de Franco en el Valle de los Caídos contrasta con la postura mucho más cauta contra la injerencia de una potencia extranjera, como la teocracia vaticana. En este punto aflora la prudencia del Baltasar Gracián odiado por Borges, una virtud inseparable de la conveniente constatación de que el PSOE ha gobernado en abundancia las regiones más católicas de España, tales que Extremadura, Castilla-La Mancha y, ay, Andalucía.

Los españoles no van a misa, según confirman los templos y los sondeos. Tampoco comulgan a diario con Franco. Sin embargo, dos de cada tres encuestados del CIS se proclaman católicos por encima de su abulia ritual, y Vox ha descubierto un caladero de franquismo no practicante. No puede sorprender que la Iglesia insista en que nunca tuvo un interlocutor gubernamental tan solícito como Zapatero, uno de los líderes más avanzados del planeta en propuestas sociales. Sánchez ha elegido el camino más agreste para su supervivencia, enfrentarse al hueco del dictador. Si fracasa, no importa, contra el franquismo viviremos mejor.

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