Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Derechas con y sin complejos

Aboga el nuevo líder del Partido Popular por una derecha "sin complejos", lo que ya en sí mismo es una propuesta compleja. Para los psicólogos, un complejo es una suma de ideas que el individuo reprime por considerar que no están bien vistas; y lo que Pablo Casado quiere es que los conservadores no se avergüencen de decir que lo son.

Ninguna razón hay, en realidad, para ocultar o disimular las ideas, mayormente en un país de suyo tan conservador como España, en el que casi todo el mundo es propietario de algo y, por lógica, aspira a conservarlo.

Más aún que eso, los conservadores son, por definición, gente de orden que tiende a respetar y defender el sistema vigente, que en este caso es el democrático. Quienes profesan ese pensamiento -o más bien actitud- suelen detestar los cambios bruscos, las algaradas y, por supuesto, las revoluciones.

Eso incluye, como es natural, a los movimientos revolucionarios de ultraderecha tales que el fascismo, por ejemplo. Quien mejor lo combatió en Europa fue precisamente el conservador de casta Winston Churchill, que detestaba casi por igual a los bolcheviques y a los nazis. Para él, que era un caballero inglés de los de antes del sistema métrico decimal, la imagen de las multitudes vocingleras en torno a Hitler, Mussolini y Stalin debían de suponer, probablemente, un reparo de orden estético aún más importante que los de tipo ideológico.

Es de imaginar que, al quitarse de encima los complejos, el partido de Casado haga los menos tratos posibles -si alguno- con la extrema derecha que acaba de irrumpir en una España hasta ahora vacunada de esas extravagancias por el recuerdo del franquismo.

No es que Vox apele, desde luego, a la "revolución pendiente" con la que se pasaban el día dando la matraca los falangistas; pero tampoco resulta menos verdad que sugiere medidas tan rompedoras como la supresión de las autonomías -y, por tanto, el Título VIII de la Constitución- o la deportación masiva de inmigrantes. Algo así como si los ultras recién llegados quisieran poner la cuenta del reloj a cero en los tiempos del posfranquismo previos a la democracia.

A tales propósitos de ruptura con el orden vigente se han opuesto ya los principales dirigentes periféricos del PP, encabezados por el gallego Feijoo. Otra cosa es que la realpolitik y, sobre todo, la necesidad de asegurarse el poder en Andalucía y, llegado el caso, en España, tiente a los conservadores a pactar con quienes se han ido más allá de la raya.

Nada nuevo. Este problema lo tienen desde hace años en Francia, donde los neofascistas de Le Pen suelen recaudar un preocupante número de votos elección tras elección. Felizmente, la izquierda y la derecha democráticas no tienen allí complejo alguno en unir sus votos cuando surge -como ha surgido ya- la amenaza de que un ultraderechista xenófobo se aúpe a la presidencia de la República.

No es seguro que Casado se refiera a eso cuando anima a los populares, que no populistas, a actuar como gente desacomplejada de derechas. Hay que quitarse los complejos, en efecto. Basta con que los conservadores se limiten a ser conservadores, y punto, mi querido amigo; por decirlo con una de las expresiones clásicas del fundador del PP. Aquel Fraga que en su día supo bajar a la derecha española del monte al que ahora quiere devolverla Vox.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

Compartir el artículo

stats