A veces hay parones, o al menos pérdidas de ritmo, en los días que corren, zonas arenosas en las que las ruedas giran en vacío, y el paso del tiempo parece simple fruto de la rutina. Para mí esto sucede en las semanas siguientes a los solsticios, y de hecho en ellas manda sobre todo la inercia: después del solsticio de verano los días empiezan a menguar y la insolación a disminuir, no obstante lo cual entre cuatro y cinco semanas después llega la canícula, los grandes calores; después del de invierno, éste se ahonda y llega al punto de congelación en enero, aunque los días ya estén creciendo. En esa indecisión, o empate, entre lo que manda el calendario y la ejecución de las órdenes, en ese desfase y demora, reinan la apatía y la indolencia, por deprisa que uno se mueva. Conviene hacer esto, pasando a saltos por encima del bache, en el que puede haber arenas movedizas.