España es un país que ha avanzado muchísimo en las últimas décadas. De una dictadura centralizada, con un Estado del bienestar menesteroso y una economía pobre y esclerotizada, hemos pasado a ser una de las 19 democracias plenas identificadas por The Economist; estamos entre la docena de países que más gasta en protección social, y entre los cinco más descentralizados del Mundo. Nuestra renta por habitante ha pasado de ser tres cuartas partes de la de Italia en 1980 a ser la misma. Y nos acercamos ya al 90% de la renta per cápita media de un francés o de un británico. Alemania sigue lejos, pero también hemos convergido: hemos pasado del 70% al 76%.

Por supuesto, tenemos serios retos pendientes y aspectos en los que podemos mejorar. Necesitamos garantizar que hay dinero suficiente para las pensiones, reducir el fraude y repartir de forma más justa los impuestos, aumentar el tamaño de nuestras empresas, mejorar los resultados de nuestro sistema educativo, ganar en autosuficiencia energética? Todo lo anterior exige acometer reformas no siempre fáciles y que, en la mayoría de los casos, requieren tiempo para recoger los frutos. Por eso, es imprescindible que haya un amplio consenso político que garantice que el cambio de gobierno no va generar un nuevo vuelco o a desandar lo recorrido. Respeto a quien cree que las cosas solo se solucionan a golpe de revolución. Sin embargo, creo que la Historia de España en las últimas cuatro décadas confirma que las reformas graduales son un camino fructífero y que conlleva menos riesgos.

Sin duda, necesitamos que nuestros mejores expertos en cada campo ayuden a definir diagnósticos y posibles soluciones. Pero son nuestros representantes políticos los que están obligados a pactar y a concretar las soluciones. Y a hacerlo con sentido de Estado y sin demagogia. Es perfectamente posible ponerse de acuerdo sobre la estructura del edificio y dar libertad para que cada uno pinte la casa o ponga los tabiques como más le guste cuando le toque decidir.

Estamos viviendo el momento del auge de los discursos tabernarios y la política a ritmo de tweet. Pero estoy convencido de que el primer partido que cambie y que haga las cosas de forma seria, rigurosa y constructiva va a cosechar buenos resultados. Y los demás que tengan vocación de gobernar se verán obligados a seguirle. A esta esperanza me agarro para no caer en el pesimismo en este 2019 que arranca.

*Director de GEN (Universidad de Vigo)