La realidad es correosa y resiste a todo intento de negación. Por eso ciertas estrategias políticas se resienten del empeño en escamotear lo evidente. Pendientes de la demoscopia, cada vez menos predictiva por la volatilidad de un electorado líquido como los tiempos, y entregados a unas redes que se recalientan con facilidad, pero que también son una medida poco fiable sobre los impulsos de los votantes, los gurúes masterizados que anidan en los gabinetes de estrategia de todos los partidos olvidan con excesiva frecuencia empezar por lo evidente, lo que conocemos con certeza, que en su caso son los resultados electorales efectivos.

Ciudadanos es un partido chirriante por una doble negación en Andalucía. Primero fue el empeño en ignorar que la persistencia del PSOE como partido más votado era un obstáculo a su voluntad de un cambio de época. Las urnas andaluzas apuntaban a una severa rectificación del rumbo mantenido por los socialistas en las últimas décadas pero no a la ruptura que se consumará la próxima semana con el gobierno de PP y Cs con el imprescindible apuntalamiento de Vox.

Como prueba de que la ocultación de la realidad es un camino sin retorno, Ciudadanos roza el límite del absurdo con su persistencia en hacer como que la ultraderecha no existe, su segunda negación. La omnipresencia de Abascal va ser un elemento muy perturbador e indigesto para quienes dependen de él sin admitirlo, algo que para Rivera puede terminar por convertirse en un problema más psiquiátrico que político. El PP está libre de ese inconveniente y de tanta incomodidad: Vox es astilla de la misma madera y la principal preocupación consiste en evitar que se transforme en cuña.

Resulta dudoso que en Andalucía pueda lograrse un gran cambio cuando se deja fuera de todo a la que sigue siendo la principal fuerza política. Los socialistas no tienen ni la presidencia del Parlamento, que sería un reconocimiento mínimo al respaldo que todavía conservan. El PSOE se encuentra ahora en su antiguo feudo con el mismo ninguneo al que el soberanismo somete a Ciudadanos en Cataluña, donde tras ser la fuerza más votada carece de un peso proporcional a su respaldo en la urnas. La negación de la realidad y el empeño en reemplazarla con escenarios virtuales cortados a medida es también una seña de identidad del secesionismo. La diferencia consiste en que en Cataluña hay una fractura social que en Andalucía, por fortuna, no existe, aunque compartan el mismo mal de una exclusión política que delata debilidad en las convicciones democráticas. Esa carencia resulta menos visible que la irrupción de Vox, pero es un síntoma de la naturaleza del bloqueo institucional en que ahora se encuentra España.

Un espacio público fragmentado y sin fuerzas que puedan imponerse por sí solas requiere partidos con la flexibilidad democrática necesaria para adaptarse a lo que sale de las urnas y pactar al margen de estrategias preconcebidas. Sin tales actores, el país lo tiene difícil.