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El colegio universitario

Pontevedra anheló mucho tiempo la acogida de estudios superiores, pero de nuevo falló la intentona a principios de los años 70 y tuvo que conformarse con el centro de la UNED

Pontevedra anheló durante años y años la implantación de estudios superiores, desde la Escuela de Comercio a la Escuela de Montes, sin obtener ningún resultado positivo. Con esa frustración siempre presente en la memoria colectiva, la ciudad vio una nueva esperanza de cumplir aquella legítima aspiración cuando el Gobierno impulsó la creación en toda España de los colegios universitarios.

Estos centros docentes nacieron a principios de los años 70 para tratar de acabar o cuando menos reducir la masificación creciente que sufrían muchas titulaciones y acoger sus primeros ciclos, dentro de una ambiciosa reforma de carácter descentralizador.

El inolvidable maestro y referente ético de varias generaciones pontevedresas, Juan Vidal Fraga, que entonces luchaba por mantener viva la esencia del Ateneo tras su lastimosa desmembración, fue mucho más lejos y vislumbró la Universidad de Pontevedra. Nuestro librepensador de cabecera explicó en detalle su proyecto docente a todo aquel que quiso leer sus argumentaciones o escuchar sus razonamientos. Pero nadie le hizo el menor caso; fue como predicar en el desierto.

Mientras A Coruña, Vigo, Ourense y Lugo, obtenían sucesivamente sus colegios universitarios de andar por casa, Pontevedra seguía esperando una concesión que nunca llegaba. Ese retraso ya no sorprendía a nadie; todo el mundo se movía entre la resignación, el silencio o la indiferencia.

El alcalde de la capital, Augusto García Sánchez, entendió que no podía mantener su mutismo al respecto por más tiempo y el 31 de agosto de 1972 presentó un amplio informe ante el pleno municipal sobre las gestiones realizadas, con la finalidad de acallar tanta murmuración derrotista.

Hombre serio, respetado y querido, don Augusto reveló que un mes y medio antes, exactamente el 16 de julio, el rector de la Universidad de Santiago, José Ramón Massaguer, le había confirmado personalmente que su Patronato había estudiado la ubicación en Pontevedra de un colegio universitario. De modo que aquel día empezó a correr la cuenta atrás.

Poco tiempo después, el director general de Enseñanza Superior dijo al gobernador civil, Ignacio García López, que lo primero que había que hacer para contar con aquel centro era pedirlo. Así de simple. Y Pontevedra aún no había dicho esta boca es mía de manera formal.

La primera autoridad encomendó ese papel sin pérdida de tiempo al alcalde y por ese motivo, García Sánchez trasladó luego el asunto capital ante el pleno de la corporación para actuar en consecuencia, con el respaldo necesario.

El Ayuntamiento trató de empezar la casa por el tejado y en aquella sesión no solo dio por hecha la concesión del colegio universitario antes de tiempo, sino que incluso se permitió el lujo de elegir los estudios deseados: Medicina, dentro de la rama de Ciencias. Entonces el Hospital Provincial era el único centro sanitario de Galicia que mantenía una estrecha colaboración con la Universidad de Santiago para la realización de prácticas del alumnado de dicha facultad. La motivación tenía, sin duda, cierto peso.

El pleno municipal mostró su "entusiástica adhesión" a la iniciativa del alcalde García Sánchez, a quien facultó también para "hacer gestiones y recabar ayudas" con la finalidad de conseguir el colegio universitario. Eso reseñó el acta de aquella sesión y buena parte de la comunidad educativa acogió dicho propósito de forma muy favorable. Tal objetivo enseguida contó con el apoyo de diversos colectivos, desde la Asociación de Cabezas de Familia, hasta la asociación de padres de alumnos del Colegio Calasancio.

Inopinadamente, un artículo firmado a finales del mismo año 1972 por el director del Instituto Femenino, Marcelino Jiménez, que retrataba con conocimiento de causa a la Pontevedra durmiente, conformista e inerte, incapaz de hacerse oír ni de defender lo que le correspondía por derecho propio, sirvió de aldabonazo ciudadano. Tal revuelo se armó que de nuevo el alcalde salió a la palestra para negar la mayor y defender su trabajo en pos del ansiado centro universitario.

García Sánchez aseguró que el asunto seguía su curso normal con la implicación personal del gobernador civil. El propio rector acababa de anunciarle el próximo envío del convenio económico a firmar entre la Universidad y el Ayuntamiento para la creación del colegio universitario de cara al curso 1973-73. Igualmente, el vicerrector Fernández Albor, preparaba una visita a la ciudad para abordar su emplazamiento físico.

Durante aquella rueda de prensa, el alcalde explicó que la elección de la especialidad a impartir en el nuevo centro superior correspondía al Patronato de la Universidad y no al Ayuntamiento. No obstante, aventuró que además de Medicina, también podría pensarse en Filosofía y Letras, Derecho o incluso Periodismo. Y con respecto a su ubicación, apuntó al edificio del Instituto Femenino, con el acondicionamiento preciso, así como al Monasterio de Poio, un lugar que lo tenía todo (aulas, habitaciones, biblioteca, zona deportiva, etc), de uso muy restringido por la orden mercedaria.

Don Augusto se calló lo más importante, algo que venía cociéndose desde hacía varios meses dentro del hermetismo más estricto, y que adquirió carta de naturaleza dos mes más tarde: el establecimiento en Pontevedra de un centro regional de la Universidad a Distancia. Su implicación en aquel proyecto fue total y absoluta desde el primer momento. Por ese motivo y por todo lo aguantado y sufrido durante tanto tiempo, el alcalde se ganó el derecho de anunciar aquella buena nueva, tal y como contamos en una crónica anterior.

La llegada de la UNED a Pontevedra no invalidó en un primer momento el proyecto del colegio universitario. Esa compatibilidad de ambos centros de enseñanzas superiores defendió a capa y espada en los meses posteriores Augusto García Sánchez, hasta que no tuvo más remedio que tirar la toalla y aceptar la dura realidad. Una cierta superposición resultaba evidente y además no había dinero suficiente para su caro sostenimiento.

FARO dijo entonces en voz alta lo que comentaban muchos pontevedreses en voz baja: "Perdidas las esperanzas de un colegio universitario, el Centro Regional de la Universidad a Distancia es una tabla salvadora."

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