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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Solana y la herencia recibida

Cualquiera que lea esta columna con alguna asiduidad sabe que gusto de reflejar en ella las opiniones de don Javier Solana, seguramente el político español que ha hecho la carrera mas brillante entre todos los de su generación. Y nadie podrá aportar un currículum como el suyo. Porque el señor Solana, físico de profesión, ha sido sucesivamente ministro de Cultura, Educación, Presidencia, Defensa y Asuntos Exteriores en varios gobiernos con Felipe González al frente del ejecutivo. Y después secretario general de la OTAN cuando los bombardeos sobre territorio de la extinta Yugoslavia. Y más tarde responsable de la política exterior de la Unión Europea (Míster Pesc). Y más adelante aun, cuando parecía retirado definitivamente, asesor personal de Zapatero con despacho en La Moncloa cuando la vieja guardia del PSOE decidió que el político leonés necesitaba alguien con experiencia para salir del atolladero en que el eterno optimista se había metido durante la crisis económica que siguió a la quiebra de Lehman Brothers. En todos esos destinos, Javier Solana se manejó siempre con habilidad y discreción y puso de manifiesto que el verdadero número dos de los socialistas renovados era él y no Alfonso Guerra, como generalmente se tiende a pensar. Durante un tiempo, mientras se discutía el destino de la antigua Prensa del Movimiento (es decir, la mayoría de los periódicos que el general Franco incautó a los sectores de opinión que habían apoyado a la causa republicana) yo tuve un trato relativamente cercano con él.

En un primer momento, el PSOE apoyó la opción de crear una prensa pública con ellos y la mantuvo en su programa electoral. Pero llegado al poder a finales de 1982 cambió de criterio de la noche la mañana e insistió en venderlos en pública subasta, con el falso pretexto de que estaba liquidando una herencia del franquismo. Yo no estuve de acuerdo, fui (lógicamente) cesado, y opté por otro destino en la Administración. Bien, todo esto ya es agua pasada y ahora, en estos días de asueto navideño, leo en un importante periódico nacional unas declaraciones del señor Solana en las que hace balance de su gestión como ministro de Cultura. Declaraciones que empieza con una afirmación que no me puedo creer del todo cuando dice no haber sabido por boca de Felipe González que iba a ser nominado para ese cargo. Luego,(puede que para prevenirse del juicio de historiadores críticos) pasó a recordar que en su etapa la política cultural fue algo más que traspaso de competencias a las autonomías y la llamada "movida". Y citó como ejemplo la limpieza del cuadro de Las Meninas para devolverle su original esplendor. Según cuenta el exministro el poeta gaditano Rafael Alberti se echó a llorar de emoción cuando vio el resultado del trabajo que hicieron las hermanas Davila.

Por último (y hay que coincidir con él) Javier Solana se queja del decaimiento de la cultura democrática en España y del deplorable nivel del debate parlamentario. Todo lo cual nos plantea una inquietante pregunta sobre la responsabilidad de los políticos de su generación en la formación de quienes están llamados a sucederlos. Tiene narices que hayan resultado mejores demócratas los criados durante la dictadura que los que ya respiraron el aire fresco de la libertad.

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