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Juan Carlos Laviana.

La última película

El estreno en una plataforma casi a la vez que en las salas de "Roma", el filme del año, es un hito para el cine y para la reflexión

El pasado viernes fue un día histórico para el cine. La película del año, "Roma", de Alfonso Cuarón, se estrenaba en una plataforma digital. Es decir, ya se puede ver en casa, en el televisor o en el móvil. Lo insólito es que solamente una semana antes se había estrenado en las salas de cine. Tenía que pasar. Una de las principales, y últimas, razones por las que el espectador acudía al cine -no esperar varios meses para ver una película- se ha desvanecido.

Se veía venir. La sangría de espectadores en las salas no se detiene desde hace muchos años. Los Netflix, HBO, Amazon y Movistar (suman más de seis millones de abonados en España) no dejan de crecer. Era inevitable que, antes o después, los estrenos fueran simultáneos.

Los exhibidores -como los taxistas, los periodistas, y antes los ascensoristas- se resisten como gato panza arriba ante la revolución digital. Es más, se han puesto de acuerdo para vetar la proyección de la aclamada película de Cuarón en sus salas. Solo una pequeña compañía ha roto ha roto el cordón sanitario y la ha estrenado en cinco cines de tres ciudades españolas. Lo paradójico es que, con llenos diarios, "Roma" -una película de autor y en blanco y negro- ha superado la recaudación de grandes éxitos comerciales destinados a los adolescentes.

Este hito en la historia del cine -a la altura de los cambios que supusieron el sonoro, el color o la televisión- debiera hacer reflexionar a los dueños de las salas. No se puede ir contra el futuro. Hay que adaptarse al progreso. Más les valdría aliarse con las plataformas porque, nos guste o no, la supervivencia del cine pasa por ellas.

A todos nos rebela que el arte de las películas acabe en manos de unos pocos oligopolios. Pero Netflix es ya una gran productora. Acaba de estrenar en su plataforma la última de los hermanos Coen ("La balada de Buster Scruggs") y tiene a punto la nueva de Scorsese ("The Irishman"). Como también es la muy políticamente correcta Amazon, productora de Woody Allen, que ha decidido privarnos del cine de uno de los grandes del siglo XX.

Hacen y deshacen a su antojo, como antes los míticos Samuel Goldwyn o Jack Warner. Al fin y al cabo, no hay tanta diferencia entre las majors del Hollywood dorado y las majors del streaming. Es lógico que quien produce y paga haga lo que estime oportuno con las películas, estrenarlas en el cine o en la televisión. Es el business del show.

Peter Jackson ("El señor de los anillos") decía el otro día que le aterra la idea de que más gente vaya a ver sus películas en el móvil que en el cine. Y, a la vez, reconocía "pegarse atracones" viendo series en las plataformas. A todos nos pasa lo mismo: nos espanta reducir el cine a una minipantalla, pero vemos películas de diez horas en dosis de 50 minutos.

No le demos más vueltas. Hay una nueva forma de ver cine y podemos optar por cerrar los ojos o mirarla de frente. Los tiempos en los que íbamos al cine por el mero hecho de ir al cine, fuera la que fuera la película que nos pusieran, ya son historia. Como lo son los tiempos en los que veíamos la televisión hubiera lo que hubiera.

Afortunadamente, ahora se puede elegir qué se quiere ver, cuándo e incluso cómo se quiere ver. Y eso, resulta innegable, es un avance.

Para saciar la nostalgia siempre nos quedarán los clásicos. Y podemos recurrir a "Cantando bajo la lluvia" para rememorar la revolución del sonoro. A "La última película" de Bogdanovich, para comprobar cómo el cine languidecía ante la televisión. O a "Cinema Paradiso", esa bella oda al cine de nuestra niñez. Ojalá algún día podamos ver con nostalgia la película de lo que lo que le ocurrió al cine a comienzos del siglo XXI.

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