Al bar, por regla general, se va con la lección aprendida, sin nada que absorber más que el fondo de los vasos, o ese recuerdo idealizado de cuando había ceniceros colmados de colillas y una bruma plomiza tan del cine negro. Nos presentamos en los garitos para aplicar la máxima de Frank Sinatra, que tenía una barra en casa con una advertencia escrita: "Don't think, drink". Al final, todo el mundo busca un lugar donde sacudirse la tristeza, simplemente, con lo difícil que es.

Algunos locales surgen porque son inevitables, aparecen para romper el estado de abulia imperante y terminar con la monotonía. Y entonces la gente usa la cabeza para algo más que llevar un sombrero elegante o combatir la resaca. Suelen ser espacios pequeños, subterráneos, con una escalera como primera de las metáforas. Sucedió en A Coruña con el Filloa, el segundo recinto de jazz más pequeño del mundo según el guitarrista japonés Tatsuo Aoki, que lo clasificó justo a continuación de un local diminuto de Tokio en el que apenas cabe un escenario. El club nació en un viejo sótano en cuyo suelo había arena de playa, en un callejón entre el Orzán y San Andrés. Abrió en 1980 y sigue programando música de forma ininterrumpida.

En una especie de cueva de madera retiene la atmósfera de una de sus primeras noches cuando, coincidiendo con el primer festival de jazz de la ciudad, se celebró una jam session. La fiesta musical duró toda la noche y, como era previsible, se agotaron enseguida las existencias de bebida. Aquella madrugada tocaron Wynton Marsalis, Joe Henderson, Kenny Kirkland y Jorge Pardo.

Desde hace 15 años, el Torgal - Café & Pop como apellidos- es un lugar donde la buena música sucede. Junto al Latino -uno de los grandes clubs españoles de jazz-, rescata a Ourense del margen de los mapas, ilumina una ciudad ensimismada y decadente. Un bar con grandes canciones en un enamoramiento perpetuo, como en Nueva Orleans. Una escalera de madera desciende hasta el salón de 70 metros cuadrados ubicado en el 20 de la calle Celso Emilio Ferreiro, el poeta que también fue indie: "Adeprender a vida é tan difícil / ou máis que resolver un crucigrama. / Tan difícil ou máis que unha pregunta / que houbera que facer na madrugada / canto tódolos arbres choran noite / i os galos cantan. / Adeprender a vida é moi difícil / i ademáis cansa".

El primer concierto del Torgal al que acudí fue en 2011, más tarde de lo debido. Tocaba Lac Labelle, un dúo de Detroit que me dejó boquiabierto con una demostración en tiempo presente de la música añeja de Estados Unidos. Nunca había visto en directo una guitarra resonadora ni cómo resultarían un ukelele y un banyo al mismo tiempo. Recuerdo una sensación de incredulidad por poder escuchar, en un pequeño escenario, en casa, esas canciones que sentía tan dentro pero llegaban de tan lejos.

También me acuerdo de que, al terminar de cantar con su voz trémula, Jennie Knaggs me firmó un disco con un bolígrafo del PP que le tendí, y que tenía por trabajo, para consumo propio. Presenté a los populares como "our republican party", en un inglés de andar por casa que derrapaba por culpa del último Jack Daniel's.

El Torgal, matriz del ciclo American Autumn, ha traído Norteamérica a este rincón del fin del mundo, derribando fronteras físicas y mentales. Steve Wynn, el líder de The Dream Syndicate, contó en su concierto en solitario, en 2015, por qué vino a parar a la sala ourensana. Su explicación sirve para muchos otros gigantes del género de la americana que han pasado por aquí: "En Nueva York, mis amigos Will Johnson y Craig Finn me dijeron: tienes que tocar en el Torgal (...) Gracias, Ourense. Volveré".

En una de sus noches en la sala, Damien Jurado, el mejor embajador del café por el mundo desde su primer concierto en 2009, prometió regresar con una canción dedicada, a la manera en que los garageros The Cynics retrataron el Rock Club, otro subterráneo de la ciudad que marcó una época.

En el escenario de 6 metros cuadrados han tocado artistas enormes de un lado y otro del Atlántico: Lee Ranaldo -con y sin banda-, Howe Gelb, Josh Rouse, Chuck Prophet, Basia Bulat, Lydia Loveless, Rocky Votolato, Lady Lamb, Xoel López, Niño y Pistola o Sean Rowe, entre muchos más nombres de gran nivel.

El Torgal forma parte de una semana en la que mi amigo Xenxo y yo nos comportamos casi como Miles Davis cuando llegó a Nueva York y gastó el sueldo de un mes en pocos días, persiguiendo a Charlie Parker, ídolo y mentor, por los clubs de Manhattan. Siempre que hablamos de lo que fuimos, con ese aire habitual de nostalgia cuando se supera la treintena, recordamos aquella semana de noviembre de 2012: "Martes, Mavis Staples en el Auditorio de Galicia, Santiago; miércoles, un tal Wayne Shorter en el Teatro Rosalía de Castro, A Coruña; jueves, Will Johnson, Patterson Hood y Craig Finn en el Torgal, Ourense; viernes, Calexico en el Teatro Kapital, Madrid", enumera Xenxo de carrerilla.

Las canciones nos sostienen cuando las cosas se complican y nos espolean en mitad de la noche. El Torgal es mucho más que un bar, mucho más que una sala de conciertos en la que el público es sabio y educado, mucho más que un lugar para escuchar discos sensacionales.

Isaac Pedrouzo me descubrió que el álbum 1989 de Ryan Adams era solo un cover bien tocado de Taylor Swift. Yo lo discutí cargado de razón, como un buen ignorante, y él me apostó al instante "un millón de euros", por lo que empecé a tomarme el asunto en serio.

En una de sus conversaciones desde el otro lado de la barra, David Pedrouzo hizo gala de la misma falta de prejuicios, al ponerme a Beyoncé en los altares, que pasión por Messi, el Barça y el equipo de turno de Guardiola. Ourense debería aprovechar más su talento como promotor y agente cultural.

Voy al Torgal a divertirme y a beber, claro, pero también voy a escuchar y aprender, lo que nunca se me había ocurrido que haría en los bares. Juan Tallón presentó dos de sus novelas en el escenario, El váter de Onetti y Libros Peligrosos, y quién sabe si habrá concebido otras en la barra. Dos directores estadounidenses, Daniel Mehrer y Andrew Becker, explicaron el proceso de grabación de Santoalla, un documental sobre los rencores, el odio y las envidias que desencadenaron el crimen de un ecologista holandés en una aldea remota de dos casas -víctima y homicida- de la montaña ourensana.

Miguel Diéguez dejó a buen recaudo su entrada de Bob Dylan (Santiago, 1999) junto a las de otros habituales que no encuentran una vitrina mejor que su sala de conciertos. Manuel de Lorenzo me enseñó un día el primer párrafo de su novela y, en otra ocasión, el valor de un adjetivo bien utilizado, citando a Borges de memoria: "Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa", comienza La forma de la espada. El Torgal es todo esto. Más que un lugar donde beber. Más que un local de conciertos. Más grande incluso que sus grandes canciones.

*Este texto forma parte del libro-disco editado por Mont Ventoux para conmemorar el 15 aniversario del Torgal. Está a la venta desde ayer en una edición limitada a 500 ejemplares. Reúne casi un centenar de fotos de artistas que han pasado por el Torgal, además de textos de periodistas, escritores, artistas y amigos del local. Se incluye un triple CD con canciones de casi 50 músicos emblemáticos nacionales e internacionales que han actuado en Ourense en estos 15 años de vida. Se presenta este viernes en el Torgal (20 horas).