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Joaquín Rábago.

Un enorme vacío político

Emmanuel Macron llegó al palacio del Elíseo aupado por el temor de una mayoría de los ciudadanos franceses a la ultraderecha nacionalista y xenófoba de Marine Le Pen.

Espantados por tal posibilidad, muchos eligieron al fundador de En Marcha no por estar de acuerdo con su programa "reformista", sino como única manera de cerrarle el paso a la Agrupación (antes Frente) Nacional de su rival.

Pero Macron, ensoberbecido por su triunfo en las urnas y consciente del vacío creado por el derrumbamiento de los partidos tradicionales, creyó de repente poder permitírselo todo.

Decidió, por ejemplo, llevar a cabo una redistribución de la riqueza desde el sector más pobre de la ciudadanía hacia el más rico mediante las oportunas medidas fiscales.

Medidas como una fuerte reducción del impuesto sobre las fortunas y un incremento en cambio de los indirectos como el que grava los carburantes: este, con el pretexto de la transición ecológica.

Como señala el economista Daniel Cohen, el carburante, equivalente actual a lo que era el pan en el Antiguo Régimen, fue solo el detonante de la revuelta de los "chalecos amarillos", pero contribuyó a "exacerbar otras frustraciones" por las medidas antisociales del Gobierno.

¿Cómo explicar, por ejemplo, el incremento, tanto para los asalariados como los jubilados, de la CSG (Contribución Social Generalizada), con que se financia la protección social? ¿O el anuncio de la próxima desindexación de las pensiones?

No es de extrañar que en el vacío provocado por la práctica desaparición de los referentes políticos tradicionales surgiera en la llamada Francia periférica y en las zonas rurales un movimiento espontáneo de protesta contra lo que los ciudadanos percibían como claras injusticias.

El exdiputado de los Verdes europeos Daniel Cohn-Bendit culpa tanto a Macron, al que ha asesorado al parecer sin mucho éxito, como a su primer ministro, Édouard Philippe, de la falta de empatía con los más castigados por la crisis(1).

Y recuerda que cuando ya en mayo del 68 -el año de la revuelta estudiantil de la que él fue uno de los protagonistas-, se denunciaron las diferencias salariales, los sindicatos reclamaron que el sueldo más alto en una fábrica no superase en más de cinco veces al más bajo.

A los empresarios les pareció entonces que el primero debía ser como mínimo ocho veces superior, pero hoy los salarios de los ejecutivos pueden centuplicar varias veces los de los simples trabajadores, como demuestra el caso de Carlos Ghosn, el jefe del grupo Renault-Nissan, que ha estado ganando en un solo día lo que cualquiera de sus trabajadores en todo un año.

Hay quien, en vista de todo ello, recuerda hoy lo que escribió el propio Macron en un libro con el título premonitorio de "Revolución": "Ciertas fracturas explican sin duda por qué nuestro país sigue visceralmente ligado a la igualdad".

Y proseguía: "Esa ligazón nos distingue de ciertas sociedades occidentales. No estamos dispuestos a sacrificarlo todo en una carrera por el crecimiento económico o en el altar del individualismo".

¿El Macron de 2016, cuando se publicó aquel libro, y el ocupante del Elíseo son la misma persona?

(1) Declaraciones al semanario alemán Die Zeit.

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