Pedro Sánchez está en su momento más bajo como gobernante. Por ahora, cabría añadir, porque todo puede empeorar si fracasa en su golpe de autoridad en Barcelona.

El soberanismo se apuró a liquidar los últimos restos del espíritu de la moción de censura que desalojó a Rajoy del Gobierno sin dar tiempo al presidente a consumar ninguno de sus objetivos. La volatilidad de la agenda gubernativa y los errores de cálculo sobre lo que se puede hacer en condiciones de máxima presión, mínimos apoyos y con el tiempo en contra también contribuyen a esa sensación de que si Sánchez pusiera fin mañana a su período ejecutivo tendría muy poco que llevarse al balance favorable. El presidente está solo y lo único que le queda es resistir y esperar, algo en lo que tiene experiencia.

Aquella gentileza del recién llegado que era la celebración del Consejo de Ministros en Barcelona se ha convertido en una prueba sobre los límites que está dispuesto a desafiar para frenar a quienes le dieron sus votos para ganar la Presidencia. Esa mutación del gesto de cortesía en provocación resume la progresiva degradación de las relaciones entre Sánchez y el independentismo. Es la historia de una frustración, la que generan las expectativas desmedidas de unos y el escaso margen de maniobra del Ejecutivo ante los asuntos del "procès" desde que todo lo relacionado con la intentona secesionista entró en la vía judicial.

La contradicción entre la denuncia de una justicia politizada y la exigencia de que el Gobierno acabe con el proceso a sus líderes resulta insostenible para el independentismo, que no se resigna a lo que considera una fallida apuesta por Sánchez.

El giro del presidente, llevado por la presión de quienes interpretan que todos los males de España se reducen a Cataluña, desemboca en un nuevo escenario de enfrentamiento abierto. Como hay una experiencia previa muy reciente, el Gobierno quiere evitar los errores de Rajoy ante el 1-O con una fuerza que supla la posible inacción de los Mossos. Y el sector institucional del soberanismo intenta suavizar la protesta para conjurar cualquier forma de nueva intervención de la Generalitat, conocedores de antemano de que mantener el desafío es un acto estéril.