¿Cómo nos puede extrañar lo que nos pasa? ¿Cómo podemos alarmarnos ante el espectáculo cotidiano? Para explicarlo no hay más que leer las declaraciones que hace un joven que dice hacer spinning para mantenerse en forma y que cosecha grandes éxitos en el mercado electoral. Lo importante -asegura- es llegar a los electores "con memes y vídeos virales".

Los "zascas" también funcionan bien así como el envío de emoticonos. "Consigo además en breve tiempo generar miles de likes" ha declarado en un informativo televisivo. Eufórico, consciente de la alta misión que la vida ha puesto en sus manos, busca influencers y followers al tiempo que confiesa ser un campeón en marketing electoral, atento siempre al bandwagon effect y al flooding demoscópico. Encima, cuenta con un troll para mofarse de quien le pete en las comunidades de Facebook y en un abrir y cerrar de ojos hace trending topic al partido de sus amores y desvelos.

¡Así ya se puede!, ¡qué antiguo queda todo lo pasado! La época en que se rebuscaba luz en los clásicos para entender el presente, qué atraso y sobre todo qué pérdida de tiempo: con lo fácil que es encontrar un trending o un meme. Y pensar que Locke se dedicó a escribir sobre el gobierno civil y Rousseau sobre el contrato social y el pobre Montesquieu sobre la división de los poderes. Pero ¿alguien ha podido cruzarse alguna vez con tipos más desatinados, menos conscientes de lo vacuo de sus especulaciones? Pues ¿que me dice, usted, lector, de Marx, de Tocqueville o de nuestro Ortega y Gasset? Si hoy volvieran a nacer se les caería la cara de vergüenza por haber pasado la vida no solo dilapidando energías sino también emborronando cuartillas, con grave deterioro de los inocentes bosques. Y -me muero de risa de pensarlo- la cara de panolis que pondrían cuando se afeara justamente a ese Ortega, a ese Tocqueville no haber valorado nunca el bandwagon effect.

Por eso muchos tenemos confianza en estos jóvenes que antes hacían jogging y puenting y ahora spinning porque pensamos que, gracias a ellos, no va a ser fácil que el mundo se derrumbe y desperdigue ni que se apaguen sus luces ni se paren sus motores. Y si el mundo tuviera tal osadía, tal vocación catastrófica y aniquiladora, ahí está el meme viral para recomponer las piezas destruidas.

¡Viva el meme, el zasca (y su padre, el zascandil), el follower y la madre que lo parió!

A mí todo esto me tranquiliza mucho. Como también me calma leer el comunicado de una empresa que ha retirado sus anuncios de un programa en el que su director se mofaba de la bandera de España limpiándose los mocos con ella. El empresario, que no supo ver la gracia ni tampoco que el cómico anunciara que lo iba a repetir con la bandera del colectivo LGTB, ha dicho a través de su gabinete de prensa que "suprimo mis anuncios para mantenerme al margen de cualquier territorio de opinión distinto a mi segmento".

Así debe ser: cada cual en su segmento y en su territorio.

El gran escritor que fue Antonio Pereira se dedicaba en su vida cotidiana (en el siglo pasado, como dirían las monjas) a vender elementos de electricidad. Cuando ganó un premio literario, uno de los viajantes (ahora se llaman comerciales) que le suministraba el material, al felicitarle, añadió: "No sabía que usted fuera competente también en ese ramo".

Hoy le hubiera dicho que estaba "hiperventilado" una palabreja que se oye a menudo en el Congreso de los Diputados y cuyo significado nadie ha podido aclarar jamás.

Y así entre hiperventilaciones, zascas, emoticonos, influencers y memes virales pasamos el tiempo convirtiéndonos poco a poco -pero de forma segura- en imbéciles de envergadura y trazo firme. En el imbécil que contempla los descalabros a su alrededor considerándolos simples efectos especiales, perdón, special effects, de esos polichinelas de quienes somos complacidos juguetes.