La burbuja del president Torra sufre los embates de una realidad encarnada en los colectivos agraviados por su incapacidad ejecutiva. A los médicos, bomberos y estudiantes se sumarán mañana los funcionarios, una protesta que por la ausencia de los Comités de Defensa de la República (CDR) tendrá los movimientos muy restringidos y no conseguirá llegar hasta las mismas puertas del Parlament.

Torra está desbordado por cuestiones que ni sabe ni pretende resolver porque el suyo es un cometido trascendente. Centrado en satisfacer los anhelos históricos de un país, imbuido de tantas excelsas abstracciones que se escriben con mayúsculas, resulta antipatriótico que algunos sectores de la sociedad lo perturben con asuntos menores.

Su silencio e inacción ante todos esos colectivos corroboran que es un pésimo gestor de lo público, pero que nadie se lo reproche porque no está puesto ahí para eso, su labor es mantener la burbuja secesionista, aunque las cuestiones mundanas y las discrepancias en el seno de la cofradía ejerzan una presión creciente que amenaza con hacerla estallar.

Torra responde también en campo abierto a quienes salen a protestar contra él, alentando con retórica la acción de los radicales y desautorizando, en una actitud nada republicana, a quienes tienen que pararlos. Intenta enardecer a su fuerza de choque para silenciar a la otra calle, la que no está con nosotros porque van a lo suyo.

En una mutación rápida de cuerpo heroico en sospechosos con uniforme, los Mossos son la más reciente incorporación a la nómina de destorrados, que no para de crecer. De la desafección que genera el malestar social, del crudo despertar de tantos crédulos, depende mucho de lo que ocurra en Cataluña en los próximos meses.

El tiempo que esa contestación interna tarde en llegar a las urnas marca también el tiempo de maduración de posibles alivios a un conflicto cronificado.