Una vez más. Ahora ha cerrado el estrecho de Kerch al paso de tres buques de la Armada de Ucrania. Ha habido tiros, heridos, abordamiento de barcos y marineros ucranianos detenidos bajo la acusación de entrar ilegalmente en aguas rusas. Un comportamiento de matón de barrio con alguien claramente más débil.

Esta actitud revela que el expansionismo ruso en Europa Central continúa y esa es una pésima noticia. Se diría que Putin trata de garantizar un área de seguridad en torno de sus fronteras por el expeditivo método de correrlas hacia afuera. Primero fue su desestabilización del Este de Ucrania aprovechando que allí el idioma ruso está muy extendido al igual que la religión ortodoxa, en contraposición del Oeste del país, católico y de lengua ucraniana. Por eso su intervención disimulada pero innegable en Donetsk y Lugansk ha gozado de apoyo popular entre amplia capas de la población local. Luego vino la anexión de la península de Crimea por unos destacamentos de hombres vestidos de verde sin banderas, insignias o galones, en lo que constituyó una violación brutal del Derecho Internacional. A continuación unió Crimea a la "madre patria" con un puente sobre el estrecho de Kerch que une el mar de Azov con el mar Negro. Y ahora impide que los ucranianos salgan (la altura de sus ojos hace que los buques más grandes de la flota de Ucrania se hayan quedado embotellados dentro de Azov) y entren, en otra violación no solo del Derecho Internacional sino de un tratado de 2003 entre Moscú y Kiev que regula el paso pacífico por Kerch. Como consecuencia, la actividad comercial del puerto de Mariupol (el tercero de Ucrania) se ha reducido drásticamente y no se sabe qué pasará con la base naval que los ucranianos están construyendo de el puerto de Berdyansk. Ambos quedan aislados dentro de Azov.

Parece que Moscú quiere considerar el Mar de Azov como "aguas interiores" rusas, algo parecido a lo que Beijing pretende hacer en el Mar del Sur de China. La diferencia es que aquí no se trata de una vía estratégica para el comercio internacional. Solo para el de Ucrania, que en vísperas electorales ha declarado la Ley Marcial, aunque no parece que ninguno de los dos países opte por una escalada de la tensión porque a Rusia no le interesa y Ucrania no puede.

El mundo condena (con la boca chica) estas acciones rusas e impone más sanciones a Moscú que irritan pero no disuaden al Kremlin. Putin tuvo la desfachatez en la reciente cumbre del G-20 de pedir su levantamiento por considerarlas contrarias al libre comercio que allí todos apoyaron con la excepción de Donald Trump. Los grandes siempre se acaban llevando el gato al agua.

Y Moscú aún podría jugar otras bazas, si un día le interesa hacerlo, a partir de los territorios que ocupa militarmente en Transnistria (Moldova) o en Osetia del Norte (Georgia). Hay quien piensa que el objetivo final puede ser apoderarse de toda la costa de Ucrania y en particular del puerto de Odessa. Ucrania quedaría así reducida a un pais "mediterráneo" (sin litoral). Pero esto son solo especulaciones sin fundamento por ahora.

Lo que ocurre no puede entenderse al margen de la Historia y del nacionalismo de Putin. La llegada a "los mares cálidos del sur" ha sido una obsesión de la política de Moscú desde que Potemkin venciera a los otomanos y le ofreciera a su amante, la emperatriz Catalina la Grande, el estrecho de Kerch y Crimea. Rusia es una colosal potencia terrestre pero su flota tiene pocos puertos desde los que operar. Perdió Riga con la independencia de Letonia y perdió Sebastopol cuando Kruschev transfirió Crimea a Ucrania, porque nunca pensó que se convertiría en un país independiente que también se llevaría Odessa. Le quedan el enclave de Kaliningrado en la Lituania báltica y Arkangel en el norte, que queda aislado por los hielos buena parte del año (algo que puede cambiar con el calentamiento global). Y Vladivostok, frente a Japón. Por eso son tan importantes Crimea y Sebastopol. Igual que lo es el puerto de Tartus, en el mismo Mediterráneo, que Rusia ha conseguido de su protegido Bachar al-Assad.

La otra razón es el nacionalismo de Putin, que tan buenos réditos electorales le da hasta hacer que los rusos acepten como un mal menor las sanciones de la comunidad internacional por violar las fronteras europeas consagradas en el Acta Final de Helsinki. Putin considera la desaparición de la URSS como "una tragedia" que no solo ha reducido la extensión territorial de Rusia sino que ha hecho posible que las fuerzas de la OTAN se aproximen a sus mismas fronteras. En respuesta a esta "mentalidad de cerco" Moscú ha construido y desplegado el nuevo misil SSC-9, violando el Tratado NIF sobre misiles nucleares de alcance intermedio. Trump ha amenazado con denunciarlo si Rusia no regresa a su cumplimiento en un plazo de 60 días. Los europeos somos los que más perdemos con esta remilitarización nuclear de nuestro continente.

El estallido de la URSS podría haber producido un baño de sangre. George H.W. Bush, recientemente fallecido, lo impidió junto con Gorbachev y el mismo Yeltsyn. Pero todos hemos fracasado al intentar integrar a Rusia como un país democrático más en los esquemas geopolíticos de fines del siglo XX.

Posiblemente sea muy ingenuo pretender que se comporte democráticamente un país que ha pasado de los zares al comunismo y luego a los oligarcas y que nunca ha conocido la democracia.

*Embajador de España