Una de las claves de las elecciones andaluzas es el hundimiento de las izquierdas, que se dejan unos 700.000 votos y el auge de las derechas, que ganan 400.000. Un corrimiento de tierras ("landslide", que dicen los anglosajones) sin precedentes, que muy probablemente costará la presidencia de la Junta al PSOE y que, ojo, no se puede explicar solo por el aumento de la abstención en 300.000 efectivos, sino también por una transferencia de votos desde las izquierdas hacia las derechas.

Otra, y quizá consecuencia de la anterior, es la irrupción de Vox en el mapa político, pasando de 20.000 a 400.000 votos, obteniendo representación parlamentaria y adquiriendo un papel que puede ser capital para constituir el próximo gobierno andaluz. Pero ¿qué es lo que ha catapultado a Vox al escenario político? Quizá sea algo prematuro aportar respuestas, pero es posible avanzar algunas hipótesis. Lo primero: Vox no es percibido por sus votantes como un partido de extrema derecha o fascista, sino como un partido "de derechas". Realmente, se define como monárquico y, en su programa, más que por la reforma de la Constitución, aboga por una interpretación restrictiva de la misma mediante la reforma de leyes orgánicas: electoral, del Poder Judicial, de partidos, de educación? Su programa enfatiza, además, tres puntos clave y, hasta cierto punto, transversales y, por tanto, capaces de captar voto incluso en las izquierdas.

Uno, la unidad y la soberanía nacional. Dos asuntos extremadamente sensibles tras el órdago de los independentistas catalanes y algunas decisiones de la justicia belga y alemana. Más aún cuando se percibe que las izquierdas, pero tampoco el PP, le han respondido con la necesaria contundencia. Recordemos, además, a los cientos de miles los andaluces que viven en Cataluña y se sienten ninguneados. En España existe un patriotismo -más que nacionalismo- sustentado en el relato nacional menendezpelayista acuñado durante la segunda mitad del XIX que ha articulado buena parte de la cultura política de las derechas -y de buena parte de las izquierdas. Podría ser otro como el francés, capaz de superponer capas en cierta armonía, desde Vercingetorix y Juana de Arco hasta el ideal res-publicano de la nación de ciudadanos libres e iguales. Pero no lo es. Y Vox lo ha reivindicado, parece que con éxito.

Dos, la restricción del rol institucional de los partidos y de los políticos. Muchos españoles consideran que más que en democracia vivimos en "partitocracia". Percepción que episodios como el muy reciente -y recurrente- del Consejo del Poder Judicial, no hacen sino alimentar y que hace percibir la gobernación del país como un "pasteleo" entre partidos, una idea muy interiorizada en nuestra cultura política. Súmense creencias arraigadas sobre el número de políticos a sueldo -multiplicados en 17 autonomías- o los insondables casos de corrupción, que no escasean, precisamente, en Andalucía.

Y, tres, la inmigración, que si bien es un fenómeno multidimensional y complejo, se percibe como un problema ignorado y hasta fomentado por los políticos -muy en especial los de izquierdas- y quizá sobredimensionado y simplificado. En un análisis por municipios se aprecia una correlación entre el voto a Vox y la proporción de inmigrantes residentes.

Tres variables adicionales: las políticas de igualdad de género e identidad sexual, que generan, en lo que muchos consideran excesos en su regulación y aplicación, amplios rechazos. Parte de la izquierda tradicional considera, incluso, que se ha abandonado la defensa de los intereses de clase en favor de la de colectivos minoritarios o de las políticas de género. Es muy probable que una porción significativa de los votantes de Vox sean varones tradicionalmente de izquierdas. La criminalización de un Franquismo -ley de Memoria Histórica, intento de exhumación de Franco- que goza de una aprobación social que suele minusvalorarse a casi medio siglo de la muerte del general. Súmese a todo ello la aparente claridad, ese "decir las cosas por su nombre", que muchas veces no es sino mera simplificación populista de fenómenos extremadamente complejos, quizá insolubles a corto plazo, y la promoción de un cierto estilo "viril" de algunos de sus líderes que atrae por igual a varones y a mujeres. Y un excelente manejo, muy creativo y cercano, de las redes sociales y los media en general.

Sin duda, y una vez roto el tabú social de votar a sus listas, Vox tiene recorrido, al modo en que otros populismos de derechas, apoyados tanto en la vindicación de valores tradicionales como en la de políticas sociales potentes, en los que sin duda, incluso en sus contradicciones, y si bien con matices programáticos, se mira. También le favorecerá, siquiera a corto plazo, lo que parece una bipolarización que parece rescatar dialécticas de aciago recuerdo que parecían perdidas: "fascistas" contra "comunistas". Pero, sin embargo, veremos una diferencia con algunos movimientos similares: a diferencia de Le Pen o AFD en Alemania, o las mayorías absolutas de Orban en Hungría, todo apunta a que Vox se va a integrar en el juego de las mayorías de gobierno, del que su líder participó durante toda una vida dedicada a la política desde el PP. Queda por ver si el sistema puede con Vox o Vox con el sistema.

*Sociólogo