Dos revistas, una progresista ( The Nation) y otra conservadora ( The American Conservative), se juntaron el pasado jueves en Washington DC para realizar un debate sobre inmigración. Bajo el engañoso título "Estados Unidos necesita más inmigrantes" (con ese verbo ya se está sugiriendo un planteamiento tendencioso y materialista, deshumanizando a las personas convirtiéndolas en productos, ya que no se trata de si se necesitan o no se necesitan más inmigrantes, como si fueran trenes o carreteras, sino de cómo se lidia con la inevitabilidad de un fenómeno global), cada publicación tenía que manifestarse a favor o en contra de dicho enunciado. Los representantes de The Nation, Sasha Abramsky y Michelle Chen, se situaron en el lado afirmativo; los que acudieron en nombre de The American Conservative, Helen Andrews y James Antle, defendieron la visión opuesta. En las exposiciones de ambos bandos se escucharon los típicos argumentos y problemas que suelen surgir cuando se discute sobre este peliagudo asunto: la identidad nacional estadounidense, el beneficio o perjuicio económico, el dilema moral, la solidaridad con los exiliados, las políticas identitarias, el racismo y la demagogia, entre otros.

Uno quiere pensar, como sugirió James Antle en una de sus intervenciones, que abogar por un "control de inmigrantes" no tiene por qué ser "algo inherentemente racista". Pero la inmigración no es un concepto abstracto. Y sus connotaciones varían en función del contexto político. Este debate, que por cierto se celebró en la Universidad de George Washington y ganó con bastante diferencia The American Conservative tras realizarse una votación entre los asistentes, no tiene el mismo significado ahora que antes de las elecciones presidenciales de 2016. Antle y Andrews explicaban sus puntos de vista sin tener en cuenta el lenguaje que emplea Donald Trump para referirse a las personas que intentan entrar en el país ("invasión", "infección", "animales", "violadores", "agujeros de mierda") ni valorar la influencia del supremacismo blanco (apenas lo mencionaron), disfrazado de "derecha alternativa", en la construcción de este nuevo discurso nacionalista. (El politólogo de la Universidad de Columbia Bernard E. Harcourt, en un ensayo publicado recientemente en la edición digital de The New York Review of Books, demostraba, analizando las entrevistas y los discursos de Trump, que muchas de las palabras del presidente evocan las tesis de algunos ideólogos de este movimiento).

Abramsky y Chen dejaron bien claro que no pretenden abrir indefinidamente las fronteras, sino que desean una política migratoria más justa y despojada de xenofobia. Para Antle y para Andrews, Trump, en el peor de los casos, es un síntoma. Puede que tampoco compartan algunos de sus métodos ni les agrade mucho su estilo. Pero uno no tiene que compartir todo lo que dice y hace un líder para votarlo o apoyarlo. Al final del acto, Andrews reconoció que lo que menos le gusta de Donald Trump es que diga que los inmigrantes aumentan el índice de criminalidad porque las cifras lo desmienten. Así, sin más, como si se tratara de un error de cálculo en el número de exportaciones de trigo. ¿Es que acaso esa mentira, la cual es utilizada por el presidente como uno de los argumentos principales para intentar militarizar la frontera y demonizar a un colectivo, carece de importancia? Quedarte con aquello que te interesa y obviar aquello que te incomoda es una actitud políticamente comprensible en la mayoría de las circunstancias. Hacerlo en estas circunstancias, sin embargo, es vivir también en otra burbuja.