"Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo". Valga esta sentencia del jesuita y escritor español Baltasar Gracián y Morales (Belmonte de Gracián, Calatayud, Zaragoza, 1691 - Tarazona, Zaragoza, 1658), recogida en su obra Oráculo manual u arte de prudencia (1647), como arranque y justificación de estos mis "añadimientos" de hoy. Gracián, adscrito a la forma literaria llamada conceptismo, un estilo a base de sentencias breves, densas, concentradas y polisémicas, llenas de juegos de palabras y aforismos, pronunció este sucinto e ingenioso dicho que bien podría complementarse con otra de sus citas: "Más valen quintaesencias que fárragos". Son dos sentencias que me permiten confesarles, una vez, más mi predilección por estas dos asociaciones de palabras e ideas y volver a utilizar el término "añadimientos", acuñado por Azorín, bajo el que, de cuando en cuando, les cuelo un nuevo revoltijo de algunas lecturas, fragmentos, curiosidades, recuerdos, reflexiones y citas. En concreto, hoy, para conservar la esencia del significado azoriano de "añadimientos" -apéndices o complementos de sus escritos-, ampliaré algunos aspectos de textos que ya fueron extractados y comentados en su día, pero amputados por las exigencias del espacio disponible para estos sueltos dominicales.

Consuelos

Con el título Consuelos, Giovanni Papini (Florencia, 1881-1956) encabeza uno de los capítulos de su libro Exposición personal de (Barcelona: Caralt Ed.; 1944. Ed. original: Mostra personale. Brescia: Morcelliana; 1941), del que ya habíamos hablamos ( Lo que leo y cómo leo. Faro de Vigo, 14.10.2018). Papini dividió el libro en cinco "salas", a modo de diario sin fechas de color y contenido vario. En Consuelos -englobado en la Sala tercera-, la escena transcurre un día de agosto, cercano "a la claridad y ventilación de septiembre". Un supuesto filósofo solitario, Versiero, sube una cuesta cercada de dos hileras de viejos cipreses, mientras reflexiona consigo mismo sobre cómo consolarse ante diversas circunstancias. Lo hace de modo jocoso e irónico, no exento de verdad, tal como sigue y yo extracto. Los asaltados por los mosquitos son venturosos, ya que un poco de su sangre es elevada en vuelo. Los que nunca lograron entrar en un palacio son afortunados, porque la altura de sus tejados no deja ver el sol. Los que reciben insultos de ambas orillas son felices, porque navegan en el medio del río, donde es más fresco el aire y la corriente más rápida. Los que son desconocidos de los poderosos son bienaventurados, "pues gracias a eso no se ven expuestos a la envidia de los impotentes, a la ingratitud de los beneficiados, al odio de los ilusos y de los desilusionados". Los que no son escuchados y comprendidos por los más, son favoritos de Dios, porque reciben la atención y la interpretación de los menos, que suelen ser los mejores. "Los que se ven señalados por el dedo cual ovejas roñosas" son beatísimos gozosos, al suponerse rodeados de cándidos corderos. Los que no contestan a las injurias son predilectos de la suerte, "porque dos oídos solos, si son sabios, logran cansar y secar mil lenguas juntas". Y los que saben caminar en fraternidad con las multitudes son muy dichosos, pero también lo son los que quedan solos si está con ellos la verdad. En este momento el filósofo es interceptado por un jorobado cojo y medio ciego que le pide limosna, a la que accede, para finalmente concluir: feliz el que parece monstruoso, "porque inspira el temor que le hermana a los fuertes o suscita la piedad que le acerca a los santos". En resumen, se trata de un conjunto de "bienaventuranzas" jocosas, no exentas de verdad, que bien podrían resumirse con el refrán español: "El que no se consuela es porque no quiere", dicho que encierra la recomendación de adoptar una actitud optimista ante cualquier inconveniente, ya que permitirá sobrellevarlo mucho mejor.

La casa

"Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza" (Mateo 8.20). Son palabras de Jesús cuando un escriba le prometió seguirle adondequiera que Él fuese, y que Papini recoge en Luces sobre la casa, otro apartado de la Sala tercera del libro antes citado. En la respuesta, el autor quiere ver vestigios de queja y nostalgia. Pero lo cierto es que Jesús, después de dejar la casa de Nazaret no tuvo hogar propio y fijo. Sus propiedades eran celestiales, sin vivir en la casa de ningún hombre concreto. Él está en las casas de todos los hombres. Es más, de forma física, el Nuevo Testamento deja constancia de que no rechazó a nadie y visitó hasta 12 casas. Jesús, sea cual fuere su necesidad, continúa golpeando la puerta de cada casa -"He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." (Apocalipsis 3:20)-.

Para el hombre la casa es un instrumento de protección y salvación de la vida humana. En palabras de Papini: "Protección contra la rabia de los meteoros, contra el hambre de las fieras, contra el frío y el terror de las largas noches, contra los mortíferos estrellones del ecuador, contra la rapacidad de los ladrones y la crueldad de los invasores y de los asesinos". La casa, en contraste con el mundo exterior, nos proporciona sombra, calor, silencio y sigilo en respuesta, no siempre eficaz, a la naturaleza y a la sociedad. Asimismo, se afirma que la casa es espejo del alma, de las costumbres de quien la habita e, incluso, cuando son heredadas, testigo de los que antes la habitaron, a través los gustos, querencias y cosas que en ellas dejaron. Sin embargo, cada vez más, las casas de hoy son expresión del gusto de los arquitectos y constructoras más que de la voluntad de sus dueños, algo que es más notorio en las casas alquiladas. Y el autor llega a afirmar: "Hemos de vivir en casas que no están hechas para nosotros, más bien, hechas a menudo contra nosotros". En cualquier caso, "Fuera de casa todos nosotros somos, quien más, quien menos, gente disfrazada que recita según guión; la puerta de casa, representa la entrada a una recobrada sinceridad".

Viajes

Los goces de la vida (París: Garnier hermanos, libreros-editores; 1892) fue otro libro ya referido en uno de mis artículos dominicales ( Los goces de la vida. Faro de Vigo, 07.05.2017), cuyo autor fue el escritor, periodista, político, ideólogo, libertario y anarquista Nicolás Estévanez (Las Palmas de Gran Canaria, 1838 - París 1818). La obra, cuyo contenido es de entretenimiento y muy lejos de de la ideología revolucionaria y hasta conspiradora del autor, está dividida en 12 capítulos, cada uno dedicado a un goce la vida, de los cuales ya habíamos glosado los tres primeros. El cuarto goce considerado son Los viajes, que comienza con la concluyente afirmación "Viajar es vivir", para después reproducir los versos del sacerdote, poeta y periodista Alberto Rodríguez de Lista y Aragón (Sevilla, 1755-1848): "Dichoso el que nunca ha visto / Más río que el de su patria, / Y duerme anciano a la sombra / Do pequeñuelo jugaba". Afirmaciones que Estévanez juzga en correspondencia con "algunos espíritus menguados, mezquinos, sin horizontes" y que solo puede comprender si el protagonista ha nacido a orillas del Amazonas, para después afirmar que el que vivir pegado al terruño puede ser bueno, bonito y barato. Sin embargo, también indica pobreza de aspiraciones y privación de impresiones, sorpresas y emociones, aunque también "caídas": vuelcos, descarrilamientos, naufragios, mareos, registros aduaneros, carestía, robos? No obstante, son inconvenientes bien compensados por los muchos goces que comportan y que empiezan desde el primer momento en que el viaje se emprende. Este criterio, que en algún modo uno comparte y ha expuesto (léase Los viajes como cura del localismo. Faro de Vigo, 27.04.214) sirve para huir del sedentarismo y entrar en contacto directo con otros pueblos, paisajes, ciudades, aldeas, monumentos, gentes, culturas y costumbres. Muchos son los autores que han hecho suyo este pensamiento. Entre tantos, quiero recordar de nuevo a nuestro paisano Vicente Martínez Risco y Agüero (Ourense, 1884-1963), en su Mitteleuropa (1934), obra por la que fue designado "aldeano universal" y que él mismo autodefinió así: "Todo o que hai en min de coitado, de badoco, de provinciano, de apoucado, de metido na casa revólvese no meu peito nun pulo de protesta e de espanto".

Los viajes son siempre buenos. En la juventud forma parte de la instrucción y en la madurez y la ancianidad nos supone retorno al pasado, experiencia nueva y tema con el que entrar en conversación y tertulia.

Los domingos

El quinto goce del libro de Estévanez son los domingos -que en la actualidad ampliaríamos al sábado- y tiene, como todo el libro, un talante burlesco. Después de toda la semana de trabajo, y de aburrimiento para los que no trabajan, es decir, de fastidio para todos, por fin llega el domingo con su descanso, esperado con impaciencia. "Eres ¡oh domingo! día privilegiado, día de reposo, día de fiesta por derecho divino [...] El mismo Dios trabajó sin ayuda toda una semana; pero descanso al séptimo día" Y nombrado el Señor, lo invoca para que disponga las cosas al revés, un día de trabajo y descanso el resto de la semana, pero ya que no es posible, hemos de enfocar el domingo como lo que es, un verdadero gozo, en el que podemos desarrollar el consabido tradicional programa. Fenomenal bostezo al despertar, levantarse sin prisas, desayuno, baño, lectura del periódico, fiesta religiosa para muchos, paseo con los hijos o sobrinos, visitas al museo o al zoo, café o taberna, restaurante si se puede, teatro o cine, acaso concierto? Hasta que llega el final del día y nos ponemos un tanto nerviosos y de mal genio con el pensamiento en la nueva semana laboral.

En la actualidad, con el fin de semana más extenso, domingo más sábado, el guión y las actividades son distintas, pero esto ya es conocido por cada cual y a mí el espacio no me da para más. Disculpen mis lectores este liviano suelto, contagiado de la desidia dominguera.