A principios de los ochenta, recuerdan los más veteranos, un grupo de trajeados nipones recorrió la ciudad y sus alrededores en busca de terrenos para construir una fábrica de coches, atraídos por una Citroën Hispania en pleno crecimiento -como la economía española-, las ventajas geoestratégicas del primer puerto del Noroeste y los beneficios fiscales de una de las pocas zonas francas del país. Eran de Toyota.

La multinacional japonesa, ya entonces uno de los principales fabricantes de coches del mundo junto con General Motors (GM), apostaba por Vigo para instalar una de sus primeras fábricas en Europa (ahora tiene seis), por sus condiciones antes citadas y porque existía una mano de obra capacitada, procedente en su mayoría del sector naval.

Pero fue precisamente la conflictividad de un naval en plena reconversión la que alejó esa inversión que podría haber convertido Vigo en la Wolfsburgo del sur de Europa. Una oportunidad perdida que después se repetiría con BMW a principios de la pasada década y con GS Yuasa-Mitsubishi, ya en 2010; otros dos trenes que no cogió Vigo, en ambos casos ya no por conflictividad laboral, sino por falta de terrenos, un mal que a día de hoy sigue aquejando a la comarca.

Ha tenido que ser de la mano de PSA que Toyota vuelva a Vigo, no con planta y proyecto propios, como en los ochenta, sino a través de una colaboración entre grupos: Balaídos fabricará una nueva furgoneta para la marca japonesa asociada al proyecto K9, lo que apuntalará la actividad y el empleo en el centro y en el conjunto del sector. Excelentes noticias.

Pero más allá de la buena nueva, la de Toyota, al igual que la de BMW o GS Yuasa-Mitsubishi, debe ser una lección para todos. Vigo no puede permitirse perder nuevas oportunidades de futuro, ya sea por conflictividad laboral o incapacidad de las administraciones para poner suelo a disposición de las empresas y con seguridad jurídica. Hay trenes que solo pasan una vez en la vida.