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Ceferino de Blas.

La última aberración del scalextric

Pocos imaginaban que la eliminación del puente que une la autopista A-9 con la calle Lepanto, sobre la de Alfonso XIII, merecería atención, aunque en tono menor, en la gala del proyecto Mayne para la tercera estación del ferrocarril de Vigo. Se estaba presentando con la pompa debida, porque la ocasión lo requería, el que será el gran icono de la ciudad del futuro. Una magna infraestructura que la va a transfigurar.

No era cuestión de dedicar más tiempo del preciso a la última aberración del scalextric, pero lamentablemente sigue ahí, tan pimpante, que no podía obviarse.

Construido sobre una calle tan transitada causa accidentes, por su escasa altura, pese a estar señalado, y ser advertida su peligrosidad, a los vehículos de gálibo superior, que quedan atrapados y con pasajeros heridos, si se despistan.

El puente es el último vestigio del malhadado scalextric, que se construyó para unir la Avenida de Madrid con la A-9. Nunca llego a funcionar, por lo que permaneció como un enorme adefesio, varios años, a la espera de su derribo .

Lo mencionó en su discurso el alcalde, Abel Caballero, tras hacer hincapié en dos aspectos reseñables de la humanización urbana, en los que se siente concernido. Uno: la eliminación del scalextric, cuando formaba en el gobierno de Felipe González, como Ministro de Transportes. Su derribo fue un bien impagable, ya que aún se transitaba por ellos en otras ciudades españolas. Dos: la desaparición de la zanja abierta para la vía por la que circulaba el ferrocarril, en medio de las casas de los vigueses, hasta la antigua estación. De ahí el acierto de la solución que la evita: el acceso subterráneo.

Ambos objetivos, que quizá pasen inadvertidos a muchos, porque la gente quiere soluciones, no importa quién las traiga, aportan un beneficio incalculable a la ciudad. Es más habitable, más urbana, estética y funcionalmente.

El acceso subterráneo supone además que se puede aprovechar la antigua senda en superficie del ferrocarril, recuperada tras 140 años. El tren de Vigo se estrenó en 1878, con el tramo a Guillarei, y la frontera portuguesa.

Quedan ahora dos problemas pendientes: el murallón de Vía Norte, que resolverá el proyecto Mayne, y demoler la última aberración del scalextric.

El primero es tan antiguo -el "murallón de la estación", se llamaba- que era objeto de debate en las sesiones municipales de hace cien años. Durante más de una década el Ayuntamiento intentó que se adecentase, pero lo impedía el pleito de competencias entre Obras Públicas y la compañías ferroviaria. Hoy forma costra en la estructura urbana.

La urgencia está en el segundo. Cuanto antes se derribe, primero se recuperará la ciudad de ese elemento distorsionante, que resulta no sólo inútil sino sumamente peligroso.

La prisa responde a la mera exigencia de normalidad, sin que se precise buscar otro fin. Sencillamente, el puente de Alfonso XIII debe desaparecer.

Para asomarse a la modernidad de cada tiempo, Vigo ha necesitado una red de transportes de primera magnitud, a causa de su ubicación geográfica "ultraperiférica". Esa ha sido su gran ambición desde que, a mediados del siglo XIX, tomó conciencia de que la contemporaneidad viajaba en tren.

Un criterio que sigue siendo válido. Vigo necesita el AVE, y llegar en menos de tres horas a Madrid. Es el gran reto de este tiempo, cuya consecución reparará la deuda pendiente del Estado con la ciudad.

Pero entretanto no se emprenda la solución Cerdedo, ni se concluya el modernista proyecto de estación, trazado por el arquitecto Thom Mayne, está pendiente una operación imprescindible y asumible sin grandes gastos: eliminar el esperpento que quedó del scalextric.

Afortunadamente, las nuevas generaciones ya no los conocieron. Muchos ni siquiera saben lo que significa, porque los scalectrix de juguete ya no forman parte de los regalos de Reyes, como antaño, en que los reales aliviaban la circulación de las ciudades. Porque, paradójicamente, hubo un tiempo en que ayudaban a descongestionar el tráfico.

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