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Dos enormes proyectos institucionales de investigación, uno en los Estados Unidos y otro en la Unión Europea, abordan desde distintas perspectivas el objetivo de entender mejor cómo funciona el cerebro humano. En los Estados Unidos, el Human Conectome Project quiere obtener un mapa detallado de la conectividad cerebral de nuestra especie, de los caminos que unen neuronas y regiones neuronales para formar redes. En Europa, el Human Brain Poject pretende algo por completo distinto: alcanzar una representación computacional acerca de cómo funciona nuestro cerebro. Ni que decir tiene que ambas iniciativas deben celebrarse aunque, ¡ay!, llegar a terminarlas es algo que va a resultar muy difícil. Pero la ciencia se construye así: paso a paso, mediante una carrera de relevos que alcanza tiempos y espacios gigantescos. Como le dijo Isaac Newton a Robert Hooke, incluso él se encaramaba a los hombros de los gigantes que le habían precedido.

Una de las características que tiene el trabajo científico, y que lo distingue de forma notoria de la política o la religión, es la de ir abriendo puertas que no conducen nunca a la meta final por la razón bien simple de que cada vez que se resuelve una duda es para generar centenares de preguntas nuevas. Como nos dejó dicho Karl Popper, la certeza no existe en el mundo científico. Y tampoco parece que tengan sitio en él las esperanzas firmes porque casi cada aspecto que se descubre pone de manifiesto que las hipótesis eran de una simpleza enternecedora. Dicho de otro modo, todo es más complejo de lo que imaginábamos al comenzar a estudiarlo.

Volviendo al cerebro, Bosiljka Tasic, investigadora del Allen Institute for Brain Science de Seattle (Estados Unidos), y sus colaboradores han publicado en la revista Nature los resultados de un estudio acerca de la secuenciación genética de 20.000 células -neuronas la gran mayoría de ellas- de dos regiones del cerebro del ratón: el córtex visual y el córtex motor lateral anterior. De tal forma, los autores identificaron nada menos que 133 tipos distintos de células, con la característica bien sorprendente de que mientras las neuronas inhibidoras -que producen neurotransmisores destinados a frenar el establecimiento de circuitos de comunicación neuronal- se comparten entre la corteza visual y la motora, las neuronas excitadoras -asociadas a neurotransmisores que promueven dicha comunicación- son específicas para cada una de las regiones corticales estudiadas.

Tasic y colaboradores sugieren que su estudio debería llevar a un cambio estratégico de las ideas sobre el funcionamiento de los circuitos neuronales. No sólo dependerían éstos de las pautas de conectividad sino también de la presencia de distintos tipos de células que se encargan de procesar la información. Y eso, con sólo dos regiones analizadas. Lo que nos espera cuando se estudie el resto de la corteza es difícil de imaginar.

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