No existen los sitios mágicos para escribir. Podría parecerlo. Aún sigo esperando que una página se redacte sola. Sin salvedades, siempre necesitan ánimo, oxígeno, materia prima y apropiaciones, claro. Comienzo esta frase mientras el domingo declina frente al monasterio de Oseira. El veranillo de San Martín riega el otoño. Es como si la estación, esplendorosa, se sacudiera su melena cobriza sobre la colina que hay frente al cenobio cisterciense. Está espolvoreada de amarillos, ocres, verdes y tonos pardos y rojizos. Por lo demás, este sería un párrafo cualquiera. Cuando lo releo ya estoy en un bar de Faramontaos de Viña. Los parroquianos miran con recelo la presencia de un tipo con ordenador. Un vecino, padre de un amigo, se sienta con su vaso de vino y pregunta si es verdad que vivo en Santiago. Ya no es 2007 pero dudo.

Muchos autores hacían su trabajo en la postura y en los lugares más insospechados. El creador del himno gallego, Eduardo Pondal, siempre componía sus textos de pie frente al escritorio. John Dos Passos también practicaba la bipedestación (alerta, digresión: cómo olvidar aquel pleno en el que el exconcejal del PP Rosendo Fernández, actual vicepresidente de la Diputación, pidió permiso en esos términos al alcalde del PSOE Agustín Fernández para intervenir levantándose de su escaño). Una parte del relato era manuscrita y otra a máquina, pero el autor de Manhattan Transfer creaba en posición vertical.

Esta costumbre la han adoptado en algún momento otros grandes literatos, como Eduardo Mendoza (sus borradores nacen así), Thomas Wolfe o Philip Roth. El autor de La conjura contra América recurría además a la estrategia de caminar y dar vueltas mientras pensaba, dejando la ventana a sus espaldas para no caer en distracciones. Qué difícil es no dejarse llevar ahora por el panorama. Un grupo de Pontevedra toma un chupito en el café Venezuela y se extraña con el nombre del pueblo. "¿Oseira? En cuanto me vaya de aquí ya me habré olvidado", dice un señor con el pelo plateado, como si estuviera contando una gran hazaña. La camarera dibuja con dificultad una especie de sonrisa. Es más sabio que armar un cirio.

Eso de ir enhebrando palabras en un despacho, hasta dar un sentido completo al conjunto, es una práctica de la que se distanciaron muchos otros narradores. El portal Librópatas cita varios casos. La melancolía de Marcel Proust tenía bastante que ver con que redactaba postrado, con la cabeza sobre dos almohadones y el codo apoyado en un cojín para alcanzar el cuaderno. Voltaire trabajaba y dictaba sus textos desde la cama, que no abandonaba hasta el mediodía. "Soy un escritor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté acostado", respondió Truman Capote al respecto, en una entrevista en The Paris Review.

Valle-Inclán gozaba de una mala salud de hierro. Recibía a sus visitas en el catre y se dice que murió durante una de sus sesiones de escritura en cama. Mención aparte para el uruguayo Juan Carlos Onetti, quien comenzó redactando en horizontal para homenajear precisamente al anterior escritor gallego. Durante sus últimos años apenas salió del dormitorio. Era tan extraño encontrarlo haciendo vida de pie que su perro se sorprendía y mordía su pijama para que volviera a su refugio entre las sábanas.

Últimamente voy con más asiduidad que antes a otro lugar propicio para que ocurran cosas. En la biblioteca pública de Ourense el tiempo sigue otras rutinas. Llevo años consultando títulos sin ser socio, sin carné. Hay 148.327 visitantes al año en esta biblioteca del Estado. Según estadísticas de 2017, se guardan 189.396 unidades físicas y en un ejercicio se hacen 109.033 préstamos, que son más que los habitantes de la ciudad. Dentro nadie es importante ni arriesga el nombre y apellidos. Cada asistente es un lector y el único requisito es el silencio. Es una experiencia extrasensorial estar en un lugar protegido del ruido que lo invade todo a diario. Excepto por alguna sirena lejana, en el bloque no se cuela ningún eco del mundo que se agita ahí fuera.

El viernes, en la sala de lectura de la comiteca, las revistas en gallego y el fondo de autores locales, coincidí con un hombre discreto. Ocupó unos minutos eligiendo los libros convenientes. Cogió varios manuales sobre músculos y huesos. Descartó la mayoría. Se detuvo por fin en una página con esquemas en blanco y negro. Levanté la vista de mi lectura para espiar al compañero. Escrutaba un tema sobre la estructura del ojo. El libro permaneció abierto en esa posición durante media hora. El hombre llenaba páginas de libreta con su bolígrafo bic. Era un ritmo compulsivo. Castigaba la hoja y daba la impresión de que abarrotaba la mañana con tachones. Eran ojos, decenas, cientos, miles. Con pestañas esbeltas, con el iris grande, con una dismetría, con el cigomático marcado, con la comisura frunciendo el surco de una arruga.

La biblioteca, cuyo actual emplazamiento se inauguró hace 40 años (la historia de esta institución ourensana se remonta a 1845) es una microciudad en vertical que crece en todas las direcciones cuando estás dentro. Un día encuentras en un expositor un manual sobre cómo cocinar con marihuana. Otro, la novela Cabo de Hornos de José María Pérez Álvarez, del año 2005, en la sección de actualidad de la sala de préstamos. O a una señora preguntando por literatura armenia. Una mañana descubres un verso genial de Enma Pedreira en Antídoto, su poemario bilingüe: "Douche as grazas polo silenzo nas miñas preguntas", por ejemplo. También puedes consultar ensayos sobre música imprescindibles para entender estos días, como Gemeliers, juntos por una ilusión, junto a La historia de AC/DC. Y un viernes cualquiera, a un señor que dibuja todos los ojos posibles.

El parque del Retiro, o el acantilado de Loiba en Ortigueira, o la playa de Mónsul en Cabo de Gata, o la terraza de la taberna del monasterio de Caaveiro, o el meandro del Miño conocido como Cabo do Mundo, uno de los múltiples balcones naturales de la Ribeira Sacra, o la vista desde la Serra da Martiñá al anochecer, o el Albayzín en Granada, son lugares extraordinarios para ponerse a dibujar o a escribir. O para pensar en todo y en nada. Al contrario de como empieza este texto, que mejor refuto y contradigo, el entorno en ocasiones lo pone sencillo. Sucede a veces en la biblioteca, en la casa de la infancia y en cualquier sitio con magia. El dónde importa. El texto se lleva a cuestas, como decía James Salter, que en algo se equivocó. "Has de escribir en lugar de vivir. Recibes solo un poco pero es algo", avisa sobre el oficio en unas charlas recopiladas en El arte de la ficción (Salamandra). La verdad, es al contrario: la vida siempre por delante.