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Juan José Millás.

¿Y si me toca a mí?

A la gente, si le das tiempo, se muere. De hecho no se sabe de nadie que haya sobrevivido. Cada época ha registrado acontecimientos portentosos, sucesos ante los que nos inclinamos de admiración u horror. Su catálogo es tan amplio que conforma una historia paralela de la humanidad. Hay expertos que viven de manipular esa relación de misterios. Sabemos de programas de la tele o de la radio que reúnen grandes audiencias hablando, por ejemplo, de las caras de Bélmez o de los extraterrestres. Pero a lo que nadie se ha atrevido aún es a mostrarnos a un ser vivo inmortal. A lo más que hemos llegado es a la reencarnación, un modo de perennidad que de momento funciona mejor en el ámbito de la literatura que en el de la ciencia.

Todos nos morimos, en fin: los abuelos, los padres, los hijos, los peces del estanque, los animales de compañía, el examinador del carné de conducir, el funcionario de Hacienda, el secretario general del sindicato, el vecino del tercero y el que escribe estas líneas. Jaime Gil de Biedma, al que venimos releyendo desde hace un par de semanas, publicó en vida sus Poemas póstumos. Hay quien tiene prisa por morirse como hay quien tiene prisa por saldar sus deudas. El suicidio es un modo de adelantar el pago. Biedma lo adelantó de forma simbólica con ese título desde el que ya no volvió a ser el que era. Su libro lo convirtió en un premuerto que no descansó hasta fallecer de forma literal.

A lo que íbamos era a señalar la contradicción de que sigamos recibiendo la noticia del fallecimiento de alguien como un suceso extraordinario cuando lo excepcional sería lo contrario: que no se hubiera muerto. Los vivos, individualmente, tendemos a pensar que a nosotros se nos arreglará de un modo u otro. Tal es al menos lo que se me ocurre a mí ahora mismo, en la sala de este tanatorio al que he acudido a dar el pésame a la viuda de un amigo. ¿Me moriré yo también?, me pregunto contemplando el cadáver. Y me respondo que sí, claro, aunque de un modo algo retórico, como si creyera que la excepción es posible. Y no lo es, pero vivimos como si lo fuera, del mismo modo que compramos décimos o participaciones para la lotería de Navidad, que está al caer. "¿Y si toca aquí?", reza un cártel de las administraciones de las apuestas del Estado. ¿Y si, por lo que sea, no me muero?

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