Frente a otras libertades concretas de los ciudadanos que en su ejercicio entran en conflicto por lo que precisan de una armonización y para eso está el Estado y la política, la libertad de palabra de un ciudadano no choca con la de otro. Se encuentren los discursos o fluyan paralelamente, la armonización la realiza el debate público democrático que impone o arrincona.

Palabra bárbara hace referencia a un significado de "bárbaro" que pensamos con el celebérrimo poema de Kavafis. Lo bárbaro como solución, palabra que surge para renovar o eliminar aspectos caducados, estructuras escrerotizadas del sistema. Palabra radical, pero pacífica, aunque parezca una amenaza y aniquile lo políticamente correcto, es esencial, y salva al final, a la sociedad democrática. La crítica "bárbara" a instituciones, símbolos, dioses y valores de la sociedad, realizada por la palabra política, filosófica o artística (discursos, obras o acciones) y cualquiera que sea su importancia estética, no puede ser reprimida o acotada sin arruinar la democracia y sobre todo lo positivo para su futuro que germina en el seno de aquella. Ese respeto democrático debe extenderse a los relatos alternativos que justifican dictaduras de cualquier signo o acontecimientos como, el holocausto o el terrorismo. Aparte de evitar la proliferación de presos de opinión, el debate democrático los coloca en la marginalidad del sistema, como válvula que evacua presiones sociales.

Otra cosa es la palabra obscena, originariamente lo que no se debe decir o debe permanecer oculto. Su esencia es su carácter gratuito e interjectivo. Su fenomenología es amplísima: ofensas, comentarios, insultos o bromas que no respetan la dignidad de la vida y muerte de personas o colectivos o denigran razas o comportamientos sexuales determinados. Salvo en los casos más graves de calumnias, injurias y amenazas, ya tipificadas en el Código Penal y que deben serlo con la máxima previsión posible, es inadecuada su represión penal por todo lo dicho y sobre todo por las zonas grises entre ambas palabras.

El escenario principal del decir obsceno era antes la conversación privada o la desenfadada barra de un bar. Hoy esa conversación y esa barra las constituyen las redes sociales, de carácter privado pero que acceden al espacio público. El problema reside en quienes buscan y amplifican la palabra obscena, proporcionándole el oxígeno de la publicidad sin el cual, organismo aerobio, desaparece. No solo los medios tienen el deber de silenciar la palabra obscena, también los ciudadanos debemos reaccionar contra ella y no difundirla. En la ciudadanía está la solución y no en la intervención de la justicia, con los peligros inherentes a la misma.